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Actualizado: 7 de julio de 2025
La despedida de los tíos no fue dramática. Doña Frasquita parecía decir: «Hágase tu voluntad.» Para ella Cristeta simbolizaba el teatro, es decir, la perdición y los vicios de su marido. Don Quintín sonreía mirando socarronamente a su sobrina; desde que la sabía conocedora de sus liviandades, recelaba que hablase. Cristeta estuvo muy cariñosa, y en el momento de salir del estanco, lloró.
Piénselo bien, piénselo bien; pregúnteselo a la almohada, compañero... Yo creo que cuando usted madure la idea... Me parece que aunque la estuviera madurando diez años... En estas cosas hay que poner algo de caridad; no se puede proceder con simple criterio de justicia. Convendría que usted hablase con ella... ¡Yo!... pero D. Evaristo... Sí, no me vuelvo atrás.
Desde allí no se perdía una palabra de la conversación por bajo que se hablase. Apenas escuchó las primeras frases, se puso pálido. Una de las voces era masculina; la otra femenina. El diálogo era tan suave y discreto, que semejaba el ruido del viento al pasar por la enredadera.
Los mosquitos y falenas, revividos por el crepúsculo, zumbaron en torno de estas flores de luz rojas y amarillas. Volvió á sonar la voz de ella en el ambiente crepuscular, con la misma vaguedad que si hablase en sueños.
Así es que evito con mucho cuidado, desde hace dos meses, lo que la querida niña llama: «nuestras deliciosas horas de intimidad.» Aunque su mirada es glacial y su nariz ostenta proporciones borbónicas, me conozco: si por desgracia me hablase de su ternura y de su admiración por mi hermosa inteligencia, en una noche como ésta, sería capaz de contestarle: «¡Como no!...» o «¡Perfectamente!» En fin, cualquiera de esas palabras apasionadas, irreparables, que lo hunden a uno en un abismo, para toda la vida.
Y con serena indiferencia, como si hablase de algo ocurrido muchos años antes, relató á Gillespie la misteriosa aparición del poeta Golbasto tendido en la arena de la playa y medio ahogado, así como la dolencia extraña de Momaren y las murmuraciones de los que afirmaban que á la misma hora lo habían llevado inánime á su palacio unos desconocidos.
Su boca muda se estremecía con nerviosas contracciones, lo mismo que si hablase á un ser misterioso que no necesitaba del sonido para oir.
No sería esta la única desgracia. Caballos y cerdos habían pasado muchos bajo el puente en plena tarde, flotando entre los rojos remolinos con el vientre hinchado como un odre y las patas tiesas. EL barbero hablaba con gravedad, con cierto aire de tristeza. Rafael le oía, mirándole ansiosamente, como si deseara que hablase de algo que no se atrevía a indicar.
Cuando hubo colocado sobre la cama todo lo necesario para la vestimenta del maestro, pasó revista a los numerosos objetos, convenciéndose de que nada faltaba. Luego se plantó en el centro del cuarto, y sin mirar a Gallardo, como si hablase consigo mismo, dijo con voz bronca y cerrado acento: ¡Las dó!
Acostumbrado a que doña Sol hablase de ellos con la familiaridad del parentesco, Gallardo creía vejatorio para su persona no tratarlos con igual confianza. Su vida y sus costumbres habían cambiado. Entraba poco en los cafés de la calle de las Sierpes, donde se reunían los aficionados.
Palabra del Dia
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