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Maximiliano meditaba. «No me parece muy practicable tu solución». , chico, , te digo que . Hazme el favor de coger todos esos polvos y tirarlos por la ventana al patio. No, mejor será que los envuelvas en un paquete y me los des; yo los guardaré. Te prometo guardarlos. Pero qué, ¿desconfías de ?... Gracias, hombre.

Ahora guardaré prudente silencio sobre estos sucesos, pues decidido estoy a seguir al pie de la letra la reservadísima escuela del diplomático, y así os digo: «No, no me obliguéis, abusando de la dulce amistad, a que revele estos secretos de que tal vez depende la suerte del mundo. No me seduzcáis con ruegos y cariñosas sugestiones que en vano atacan el inexpugnable alcázar de mi discreción

No importa, lo guardaré en el fondo del pecho y allí lo tendré sin comunicárselo a nadie, como un recuerdo precioso de usted. ¡Anda! ¡Cualquiera diría que es usted gallego! Con esas palabritas gitanas, más parece usted un gaditano. ¿El nombre? Nada, no quiero que se lo guarde usted en el pecho. Le va a producir catarros. Guasitas, ¿eh? Además, ¡quién sabe los que tendrá usted ya ahí almacenados!

Sabed que ha sido siempre costumbre del Pájaro Verde que el último en llegar pague una convidada. ¿Os conformáis á ello? Me guardaré yo de contravenir los usos de vuestra casa, señora ventera. Pero no estará de más decir que si mi voluntad es buena mi bolsa no está muy henchida; sin embargo, daré con gusto hasta un ducado por obsequiar á los presentes.

Su fama y buen nombre, su posición, su vida, estarán en mis manos! ¡Guárdate de ello! Guardaré tu secreto, como guardo el suyo, dijo Ester. Júralo, replicó el otro. Y ella prestó el juramento.

Me la alargó, y yo, como es lógico, traté de besarla; pero la retiró con fuerza. No, eso no. Aguarda un poco, te daré el crucifijo, como en Marmolejo repuso riendo. Prefiero la mano. ¡Hereje, vete! Dios está en todas partes. Pero, en fin, si quieres darme el crucifijo, lo guardaré con cariño como un recuerdo. Espérate un momentito. Tengo aquí el hábito.

-No digo yo menos -respondió don Quijote-; pero, en esto de ayudarme contra caballeros, has de tener a raya tus naturales ímpetus. -Digo que así lo haré -respondió Sancho-, y que guardaré ese preceto tan bien como el día del domingo.

88 Conforme a tu misericordia vivifícame, y guardaré los testimonios de tu boca. 89 LAMED Para siempre, oh SE

No me hubieras olvidado tan pronto. ¿Merecías otra cosa? En fin, ni debes hablar más, ni yo escucharte. He venido, ¿qué se yo?, por debilidad, por miedo a que tuvieras el atrevimiento de plantarte en mi casa. Estaba resuelto. Pues si es verdad que me has querido, que aún me quieres, demuéstramelo... dejándome vivir tranquila y no te guardaré rencor, es más, te lo agradeceré con toda mi alma.

La buena condesa duerme en una pieza inmediata, al lado del pequeño marqués. Cuando digo que duerme, es para que no se enfade. La veo a mi lado cuando me duermo, la encuentro en el mismo sitio al abrir los ojos, pero me guardaré muy bien de decirle que ha pasado la noche fuera de su cama. El doctor ocupa una habitación del mismo piso, pero más alejada.