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Actualizado: 24 de junio de 2025
Una ventana se abre en lo alto de la torre, sobre la cabeza del hidalgo, y asoma la figura grotesca de una vieja en camisa, con un candil en la mano. El Caballero se ha cubierto los ojos con la mano, y de esta suerte espera a que la vieja se retire de la ventana. El caballo piafa ante el portón, y Don Juan Manuel no descabalga hasta que siente rechinar el cerrojo.
La gente menuda del pasaje fue la única que corrió bulliciosa al escuchar este primer anuncio de la fiesta. Niños y criadas marchaban al frente de la banda, admirando los disfraces con que se habían cubierto los músicos en honor de la grotesca solemnidad; sus caras con chafarrinones de almagre y sus narices de cartón.
Los curiosos ya no reían de la grotesca revolución de los hombres. Lanzaban los periódicos edición tras edición para contar la historia de este suceso, el más inaudito é inesperado desde que las mujeres constituyeron los Estados Unidos de la Felicidad.
En torno a los viejos campanarios, que parecen de plata bruñida en el plenilunio, la Noche dirige la danza de las Horas, vírgenes inquietantes, en cuya danza interviene, como concertador irónico y dramático, el Destino, que cambia el compás de las vidas vulgares de una manera trágica o grotesca.
Aquel pobre corazón hipertrofiado, que como un trágico reloj contó las horas del hambre, del abandono y de la lucha grotesca y terrible para buscar un poco de calderilla, a las cuatro de la madrugada, iba como un polichinela roto, dando tumbos por las encrucijadas de la miseria. Hace algunos meses Santaló estaba contento.
Estos mozos van a la hoguera. ¿No vio qué alborotado iba Celesto, don Andrés? Y al recordar la grotesca figura del seminarista rió con toda su alma. Andrés, por contagio, también se dejó arrastrar hacia la risa.
Llevaban sus amores el camino de pasar a la historia sin llegar al primer capítulo, cuando el hijo de un boticario se encargó de darles una solución. Quería burlarse de Joshé y escribió una carta de amor grotesca a la hija de Arizmendi, firmando Joshé Cracasch.
También había conocido la imitación grotesca del Estudiante él le llamaba así todavía y se complacía en observarle como si se mirase en un espejo de la Rigolade. No le quería mal. Le hubiera hecho un favor, siendo cosa fácil. Algunos le había hecho tal vez, sin que el otro lo supiera. Aunque sin aludir ya a la Regenta, se volvió a hablar de mujeres casadas.
El último trasto que se saca, casi siempre una silla, cuyos pies desiguales le dan cierto aire de grotesca melancolía, ante el cual sólo el pincel de Dickens es capaz de levantar el poema que surge de la observación sentimental de los objetos. ¡Qué momento ese, en que el último, después de dejar desiertas las habitaciones, cierra la puerta de la calle tras de sí! ¡El eco cavernoso responde entre los ángulos de los cuartos abandonados, el eco solo, voz solemne de lo vacío, de la soledad, de las tumbas!
Cuando se presiente un terremoto, hay que huir de los grandes edificios, así como en los días de tormenta no debe guarecerse uno bajo los grandes árboles; son los puntos más expuestos, señor Rocchio, ¿estamos? Al italiano se le secó la garganta otra vez; don Raimundo movía la nariz, con una expresión tan singular en su grotesca fisonomía, que no se sabía si hablaba de burlas o de veras.
Palabra del Dia
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