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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Después quitó al escudero la correa que sujetaba sus gregüescos á la cintura y le ató atrás las muñecas, y con el extremo sobrante ató un pie de la víctima y le dejó tendido en el portal; el escudero no podía gritar, ni aun rugir, ni moverse. El tío Manolillo se acurrucó en un rincón del zaguán y esperó.

Y con esto dio fin a su plática el buen hombre; y, en esto, entró por la puerta de la venta un hombre todo vestido de camuza, medias, greguescos y jubón, y con voz levantada dijo: -Señor huésped, ¿hay posada? Que viene aquí el mono adivino y el retablo de la libertad de Melisendra. ¡Cuerpo de tal -dijo el ventero-, que aquí está el señor mase Pedro! Buena noche se nos apareja.

Cuanto á , pecador, ni puedo correr metido en este saco harinero que por todos lados me sobra, ni tampoco es cosa de quitármelo y presentarme en el pueblo sin más vestimenta que una almilla rabona, unos gregüescos remendados y un par de zapatos. Ni siquiera medias. ¡Por vida del fraile ladrón!

Un pensamiento instantáneo acaba de cruzar por su mente. Sube al escabel, descuelga los viejos vestidos y las botas que penden de lo alto de la gruta. Un bolsillo de monedas suena en los gregüescos. Cuando hubo cambiado el sayal por aquellas ropas de otro tiempo y ceñido la espada, salió de la cueva y se puso a errar en la noche.

-Señor -replicó el mancebo-, yo llevo en este envoltorio unos greguescos de terciopelo, compañeros desta ropilla; si los gasto en el camino, no me podré honrar con ellos en la ciudad, y no tengo con qué comprar otros; y, así por esto como por orearme, voy desta manera, hasta alcanzar unas compañías de infantería que no están doce leguas de aquí, donde asentaré mi plaza, y no faltarán bagajes en que caminar de allí adelante hasta el embarcadero, que dicen ha de ser en Cartagena.

Yo pensé que eran calzas, porque eran a modo de ellas, cuando él, para entrarse a espulgar, se arremangó, y vi que eran dos rodajas de cartón que traía atadas a la cintura y encajadas en los muslos, de suerte que hacían apariencia debajo del luto, porque el tal no traía camisa ni gregüescos, que apenas tenía qué espulgar según andaba desnudo.

Quince ducados, señor. ¡Quince ducados! exclamó Francisco Montiño, metiéndose en un regateo que en aquellas circunstancias era un rasgo determinante del miserabilísimo carácter del cocinero ; ¿pues cuántas gentes han comido y bebido? Dos hidalgos, señor, cuatro criados... Basta... basta dijo el cocinero sacando de una manera nerviosa un bolsillo de los gregüescos ; tomad y adiós.

Llevaba la espada sobre el hombro, y en ella puesto un bulto o envoltorio, al parecer de sus vestidos; que, al parecer, debían de ser los calzones o greguescos, y herreruelo, y alguna camisa, porque traía puesta una ropilla de terciopelo con algunas vislumbres de raso, y la camisa, de fuera; las medias eran de seda, y los zapatos cuadrados, a uso de corte; la edad llegaría a diez y ocho o diez y nueve años; alegre de rostro, y, al parecer, ágil de su persona.

No sino que el menguado me quitó cuanta ropa llevaba puesta dejándome en gregüescos y después me enjaretó este sayal blanco, quedándome yo aquí corrido y sin atreverme á volver al pueblo y mucho menos á presentarme á mi mujer, que si me ve en esta guisa pondrá el grito en el cielo, tratándome de borracho y correntón.

Miráronla de arriba abajo, y vieron que venía con unas medias de seda encarnada, con ligas de tafetán blanco y rapacejos de oro y aljófar; los greguescos eran verdes, de tela de oro, y una saltaembarca o ropilla de lo mesmo, suelta, debajo de la cual traía un jubón de tela finísima de oro y blanco, y los zapatos eran blancos y de hombre.

Palabra del Dia

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