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Su padre se vio obligado, bajo coacción, a poner esa desgraciada cláusula en su testamento, lo cual significa que le temía. Si suspiró en voz baja. Usted tiene razón, señor Greenwood. Está absolutamente en lo justo. Ese hombre tenía en sus manos la vida de mi padre.

¡Oh! ¡maldito sea Greenwood! estalló el sujeto. Dicen que siempre está en Londres contigo; pídele a él, entonces, que te haga dar por los abogados un poco de dinero. Puedes manifestarle que estás apurada, pues tienes que pagar unas cuentas, o alguna otra cosa por el estilo. Cualquier mentira será buena para él. Imposible, Herberto contestó, tratando de mantenerse serena.

No puedo decirle nada repitió. Mis labios están sellados por mucho que lo sienta. ¿Por qué? Por un juramento que hice hace años, antes de entrar en la orden de capuchinos respondió. Luego, después de una pausa, añadió, con un suspiro: Todo es muy extraño... mucho más extraño de lo que ningún hombre ha soñado, tal vez... pero no puedo decirle nada, señor Greenwood, absolutamente nada.

Algunos datos concernientes a su pasado, quiere usted decir. . Tiene razón, señor Greenwood. Debemos ser muy prudentes y saber guardar bien el secreto de estas cartas, especialmente si, como usted lo ha indicado, Dawson conoce los medios de poder hacer inteligible este enigma. El secreto me ha sido legado, y, por lo tanto, voy a tomar posesión de ellas le dije.

Yo la llevé a Euston, allí bajó y entró en la boletería. Me hizo esperar como cinco minutos, apareciendo después con un mozo de cordel que tomó su valija, y luego ella me entregó la carta dirigida al señor Greenwood para que se la diera a usted, ordenándome que me retirara. Entonces me volví a casa, señora.

Exponerme a la situación es peor para que la muerte decía en su carta. ¿Qué podría significar eso? La señora Percival adivinó por la expresión de mi semblante la gravedad de aquella carta, y, poniéndose rápidamente de pie, acercose a , colocó su mano con cariño sobre mi hombro, y me preguntó: ¿Qué sucede, señor Greenwood, no puedo saberlo? En contestación le di la carta.

Estoy completamente de acuerdo con usted, señor Greenwood. Iremos juntos a la Scotland Yard y solicitaremos que inicien las pesquisas necesarias. Si, en efecto, el señor Blair ha sido asesinado, entonces el crimen se ha cometido de la manera más secreta y notable, para decir lo menos posible. Pero hay otra cláusula en el testamento, que es algo inquietante, y que se relaciona con su hija Mabel.

A bordo del Mary Clowle, en el puerto de Amberes. Era marino, como yo. ¿Pero por qué quiere usted saber todo esto? Porque contestó Reginaldo, Burton Blair ha muerto, y su secreto ha sido legado a mi amigo, el señor Gilberto Greenwood, aquí presente.

¡Tal vez era posible que estuviera en posesión de la clave del problema que teníamos allí desplegado, y que se estuviese enterando del secreto de Burton Blair, mientras nosotros permanecíamos ignorándolo! De pronto, el anciano y enjuto marino se enderezó, y, mirándome, exclamó, con una sonrisa de triunfo: Mire, señor Greenwood; aquí hay cuatro palos, ¿no es verdad?

Cuando las encendió y nuestros ojos se acostumbraron a la luz, vimos que estábamos en una especie de pieza, no muy grande, pero larga, angosta y más seca que las otras partes de la caverna. ¡Mire! exclamó el capuchino, haciendo un movimiento con la mano. Aquí está todo, señor Greenwood, y todo es suyo.