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Actualizado: 21 de mayo de 2025
De Rufita González: apostaría la cabeza respondió Nieves sin vacilar . Ya sabes el empeño que tiene en que su primo vaya a vivir con ellas.
El primero que hubo de seguirle fue don Evaristo González Feijoo, a quien era indiferente este o el otro establecimiento. Instaláronse por el pronto en Fornos, y allí esperaron. A la segunda noche fue Leopoldo Montes, y a la tercera D. Basilio, que les encontró discutiendo de qué café se posesionarían definitivamente.
Dígale V. al encargado de los teatros que es un adoquín; ayer da un palo al drama de Chamorro, que es correligionario, y hace unos cuantos días ponía por las nubes una piececita muy mala de un sobrino de González Bravo... ¡Ah! y que me tenga cuidado con la Ferni: ya sabe V. que ha cantado en mi casa. Vamos a ver, Mendoza, ¿cómo consiente V. que ese Sr.
Parécense también á estas poesías, aunque se funden en tradiciones puramente españolas, las que tratan de las fabulosas hazañas de Bernardo del Carpio, de la vida de Fernán González, tan rica en portentosas aventuras; de la infame traición, de que fueron víctimas los infantes de Lara, y de la venganza de Mudarra.
Juan González le será siempre agradecido. ¿Quisiera usted darme, Padre Ministro, una carta o papel de recomendación? El Padre Hurtado tomó una cuartilla, la partió cuidadosamente en dos, guardando una mitad para uso futuro, y trazó en el papel breves renglones. La metió dentro de un sobre, lo cerró y dirigió, y lo entregó a Juan González.
Volvió entonces a su mesa para empezar sus trabajos del día; pero, no bien dió tres o cuatro pasos, no acertó a tenerse en pie, y cayó desplomado sobre la estera del suelo que cubría la estancia. Los compañeros y escribientes que allí se hallaban corrieron a levantarle. ¿Qué es esto, señor don Braulio? dijo uno. ¡Amigo González! exclamó otro. Don Braulio no respondió. Es un ataque de apoplejía.
Gonzalez fué derrotado en Yaguachi, y su plan con Aymeric quedó desbaratado por completo. Este emprendió su retirada hácia la capital, y con el fin de rehacerse, se parapetó por lo pronto en Riobamba.
En un rincón estuvo la pequeña capilla literaria cuyo pontífice fué el magnífico don Manuel Fernández y González. Allí escribió El cocinero de su majestad, y allí acudió la última noche antes de emprender el gran viaje... Las dos amplias salas de este viejo café de la Luna tienen el mismo aspecto de aquellos días.
Este «buen origen» es Rufita González... Sí... justo... la misma... Vamos, tal para cual... Pero, hombre, ¿tenía usted en su poder este comprobante y dudaba todavía?... ¿Qué juicio forma usted de todo eso, señor don Claudio? ¿No acaba usted de oírme?... ¿O pretende que se le dé por escrito? Pues aguarde usted un poco.
¿No es un maestro el que habla?... Esa facilidad de Gutiérrez González no se desmentía un solo momento. Un día, su amigo Vicente X., lo encuentra a media noche, inclinado sobre el caño, expiando duramente las numerosas libaciones de una comida de donde salía.
Palabra del Dia
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