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El garçon del hotel de los Extranjeros me pidió un franco diario por el arreglo de la habitacion, al cabo de dos meses de nuestra estada allí. Ni la señora me habló de ello jamás, ni el garçon me dijo una palabra, sin embargo de que á él pagaba la habitacion cada quince dias, y de que no me daba una carta, ni me traia recado alguno sin que le gratificase en el acto.

Sírvase usted traernos dos cubiertos de á seis francos cada uno. Esto se lo dije ahuecando mucho la voz, casi balbuceando las palabras, y mirando distraida y desdeñosamente hácia el paseo del Palacio Real. El garçon hizo un movimiento de cabeza, y desapareció como un rehilete. ¡Por Dios, no te rias! dije á mi mujer que ya empezaba á fruncir los labios.

Entre los diferentes vinos que se sirvieron era uno de ellos de una casa de Alemania, única en el mundo que lo tiene, cuya botella valia quinientos francos. ¡Sopla! exclamé yo, mirando á mi mujer. Pues si ha tenido algunos convites como ese, bien puede el tal Vefour tener el riñon, bien cubierto. Au revoir, garçon. Hasta la vista, mozo. Au revoir, monsieur et madame.

Oiga usted, le grité con resolucion: ¿es decir, que nos hemos de quedar de este modo? El amo responde de lo que suceda. Perdone usted; el amo no puede responder de que me degüellen, y si esto aconteciera, me importaria muy poco que su amo respondiese. El garçon soltó una carcajada con el mayor aplomo, cual si creyera que yo queria tener con él un rato de solaz, y desapareció como un cohete.

Hoy, si a la imaginación le exijen que versos , no se invoca al Helicón: sólo se pide al garçon una taza de café. Y, en vez del estro sincero que al corazón conmovía, se escribe una poesía con una pluma de acero, un chiste y una ironía. Musa que en mi edad pasada me inspiraste cariñosa cantos de amor, ve y reposa. Hoy necesito una espada, ríos de oro y acre prosa.

Ya de pié, preguntó al garçon, que podria ser hombre de cuarenta y cinco á cincuenta años, si recordaba algun convite célebre, dado en aquel establecimiento. He conocido varios, me contestó; pero el más lujoso fué el que dió, á poco de abrirse el restaurant, un embajador ruso á todo el cuerpo diplomático extranjero.

Pero desde luego aseguro que con mi ballesta hago yo lo que ninguno de vosotros con el arco. ¡Bien dicho, mon garçon! exclamó Simón. El buen gallo canta siempre alto. Pero á los hechos me atengo y como yo he practicado muy poco con el arco en estos últimos tiempos, ahí está el viejo Yonson, que sabe hacer bien las cosas y sostendrá contra vos el honor de la Guardia Blanca.

Voy sospechando, mon garçon, que los obispos saben más que los abades, ó por lo menos dejan muy atrás á tu abad de Belmonte, porque yo mismo he visto con estos ojos al obispo de Lincoln agarrar con ambas manos un hacha de dos filos y atizarle á un soldado escocés tamaño hachazo que le partió la cabeza en dos, desde la coronilla hasta la barba.

Un garçon de frac negro y corbata blanca se acerca á nuestra mesa. Mi mujer pide un , y yo una copa de Madera con bizcochos. La orquesta rompe, se abre la puerta del fondo del teatro, y aparece la jóven que vimos venir sola, presentada por el tenor, el cual la trae cogida de la mano con el mayor refinamiento. El principio fué muy desgraciado para nosotros.

Llamo al garçon, y le digo que se habian olvidado sin duda de poner las maderas á los balcones, y que una de las vidrieras no cerraba. El garçon se sonrió compasivamente. Hace cuarenta años, me dijo, que este hotel existe; tal como está hoy estuvo siempre, y todavía no se cuenta que haya sucedido la menor tentativa de robo. ¡Bah! no tenga usted miedo.