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Actualizado: 6 de octubre de 2025


En el hotel de Fiddletown, el coronel Roberto esperó en vano toda aquella noche, y a la mañana siguiente, cuando el señor Galba regresó a su casa, la encontró vacía, sin habitantes y sin huella alguna del drama del día anterior.

Luego, aun cuando el tiempo urgía, no pudo resistir la tentación de probar delante del espejo el efecto de una cinta de color de alhucema, sobre la chaqueta que a la sazón vestía. De repente, oyó junto a una voz infantil, y se detuvo nerviosa. La voz repetía: ¡Mamá! ¡mamá! La señora Galba se volvió súbitamente. Saltando en la puerta estaba una niña de seis a siete años.

Ah-Fe se turbó por unos instantes. Apartó la mano de la señora de Galba que le tendía el dinero y procedió rápidamente a recoger sus trastos. No, no, yo no devolver. No. Luego prenderme un policeman . Yo : Dios maldiga ladrón, tomar cuarenta pesos, a la cárcel. Yo no devolver. Usted dejar dinero arriba bluló Fiddletown. Yo traer dinero. Yo no llevar dinero otra vez.

Debajo del brazo traía una muñeca hecha de harapos, al parecer de confección propia, y casi tan grande como ella; una muñeca de cabeza cilíndrica y facciones toscamente dibujadas. Un largo chal, que visiblemente pertenecía a una persona mayor, le caía de los hombros barriendo el entarimado. Esta inesperada visita no complacía a la señora de Galba.

Ni siquiera se dio cuenta de que Carolina se había escurrido de la sala, y de su bullicioso regreso, llevando en la mano el periódico de la noche, húmedo aún. Con la presencia de la niña volvió Lady Clara en y a los apuros del presente. La señora de Galba cerró maquinalmente los postigos, encendió las luces y desdobló el diario.

Inmediatamente, reconoció Ah-Fe a la señora de Galba, pero no se alteró ni un sólo músculo de su cara, ni sus oblicuos ojos se animaron al encontrarse plácidamente con los de su ex ama. Evidentemente, ella no lo reconoció, pues empezó a contar las piezas de ropa que llevaba.

Ignórase la causa que ha motivado el lance, aunque se susurra entre los que se suponen mejor enterados, que el origen inmediato del duelo, fue una conocidísima y bella poetisa, cuyas producciones han honrado a menudo las columnas de nuestra publicaciónLa actitud pasiva adoptada por Galba en estas circunstancias de prueba, se apreciaba con todo su valor en los campamentos.

No ha transcurrido un mes desde que murió el señor Galba, pero es de suponer que el intrépido coronel no tiene miedo a los duendes de alcobaSin embargo, decir que la victoria del coronel fue fácilmente obtenida, sería no hacer justicia a Lady Clara.

En esta ocasión fue cuando el coronel Roberto descubrió en la poesía de la señora Galba una semejanza con el genio de Safo y la señaló a los ciudadanos de Fiddletown en una crítica de dos columnas firmada «A. S.», que se publicó también en El Alud, apoyada en extensas citas de los clásicos.

No vamos dijo la señora de Galba con repentina energía contestando a una observación hecha en voz baja por el coronel, y retirando su mano de la vehemente presión de aquel hombre apasionado. Es inútil; mi decisión está ya tomada. Es usted libre de mandar por mi maleta tan pronto como quiera; pero yo me quedaré aquí para poner frente a frente de este hombre la prueba de su infamia.

Palabra del Dia

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