Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 6 de octubre de 2025
Un mes más tarde, se casó la señora de Galba, con sorpresa general. El afortunado novio era un tal Roberto, coronel elegido recientemente para representar el condado de Calaveras en el consejo legislativo.
El caballero que disfrutaba de esta infeliz distinción se llamaba Galba. Habíase divorciado de su excelente esposa para casar con la sirena de Fiddletown.
Galba no tardó en descubrir que los ideales halagüeños que concibió mientras traginaba con sus mulas entre Stocktown y Knight's Ferry, nada de común tenían con los que a su mujer inspiraba la contemplación de los destinos de California y de su propio espíritu.
El... el... el... melancólico suceso que precipitó nuestra felicidad, la misteriosa Providencia que te libertó, libertó también a la niña. ¿Comprendes? Libertó a la niña. En el momento de morir Galba, el parentesco que por él te unía desapareció también. La cosa es clara como la luz. ¿De quién es la niña? ¿De Galba? Este ha muerto y la niña no puede pertenecer a un muerto.
La señora de Galba dejó caer con espanto la ropa y mirole fijamente. Como no sentía para él el cariño que avivaba la percepción de Carolina, no podía distinguirlo aún de sus congéneres. En un momento recordó la pasada pena, y con vaga sospecha de un peligro inminente, le preguntó cuándo se había marchado de la casa de su amo. ¡Oh, mucho tiempo! Yo no gustar Fiddletown. No gustar Tlevelick.
No puedo decirlo exactamente; pero se acerca a medio millón repuso Príncipe. Si es así, debo declarar que la conducta de la señora Ponce es tan honrada como justificada contestó el señor Robinson. No seré yo quien se atreva a oponer dudas ni obstáculos al cumplimiento de las intenciones de mi difunto marido añadió la de Galba. Y la entrevista se terminó.
Aquella delicada coyuntura fue aprovechada por la señora de Galba para abandonar la casa de su esposo y refugiarse en el Hotel Fiddletown, con la sola ropa que llevaba puesta. Permaneció allí algunas semanas, en cuyo período, justo es reconocer que se portó con el más estricto recato.
A la timidez propia del sexo femenino, añadíase el obstáculo de un rival, acomodado empresario de pompas fúnebres, de Sacramento, a quien debió cautivar la señora de Galba, en el teatro o en la iglesia, ya que los hábitos profesionales del galán lo excluían del ordinario trato social y de todo otro que no fuese religioso o de ceremonial.
No sabes lo que te pescas exclamó a gritos Lady Clara, resistiendo al impulso de sacudir la figurita que tenía ante sí y de precipitar la verdad por medios de orden puramente material. La rubia cabecita desapareció repentinamente en los pliegues del vestido de la señora de Galba, como esforzándose en extinguir el abrasado color de sus mejillas.
Así por lo menos juzgaban su jerigonza pagana el señor Galba, desde su mirador y el coronel Roberto que se acertaba a pasar.
Palabra del Dia
Otros Mirando