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Así murió Lope de Vega el 11 de agosto de 1635, á la edad de setenta y tres años. El amor y la admiración extraordinaria, que inspiraba este hombre eminente en todas las clases de la sociedad, se demostró por el sentimiento general que produjo en Madrid la noticia de su muerte, y después en todo el reino. Celebráronse funerales por espacio de nueve días.

Entra el cortejo en la ciudad de los muertos. Pausas, grandes pausas, notas largas, armonías lamentosas, soledad de los desiertos, ¡inmensas cosas amargas...! ¡Oh, Chopín! ¡Oh, gran maestro! Haz que suenen en el aire melancólico y siniestro, cerca a , las armonías funerales de tu Marcha... Octubre, 1905. Santa Reina del amor: sabes que noche y día te rezo la letanía y la salve del dolor.

La campana, sin embargo, sonaba echada a vuelo, pero cada alegre vibración repercutía en sus oídos como un toque fúnebre y el resplandor de los cirios detrás de los vidrios de colores hacíale pensar en unos funerales, los funerales de su amor.... En vano ahuyentaba esas imágenes importunas, que volvían como una mosca a posarse en su frente.

El caso era que, al ir a montar muy de mañana para acudir a los funerales de mi tío, le habían entregado un oficio del juez de primera instancia, obligándole a practicar unas diligencias que le entretuvieron cerca de dos horas... todo respecto a la «trigedia» del día anterior, que yo debía conocer, y para eso, la verdad fuera dicha, para que la conociera venía él principalmente.

Sin abandonar mis obligaciones sociales y mundanas visitas, tertulias, juntas de caridad, bailes, saraos, funerales, bodas consagro la mayor parte del tiempo a la lectura.

Y entonces fue la fiesta de los funerales, que duró doce días: primero una carrera con los carros de pelear, que ganó Diomedes; luego una pelea a puñetazos entre dos, hasta que quedó uno como muerto; después una lucha a cuerpo desnudo, de Ulises con Ajax; y la corrida de a pie, que ganó Ulises; y un combate con escudo y lanza; y otro de flechas, para ver quién era el mejor flechero; y otro de lanceadores, para ver quién tiraba más lejos la lanza.

Dorotea pasó por muerta de repente en su casa, en su cama; se la hicieron, costeándolos el duque de Lerma, que no podía dispensarse de aquel último gasto, unos ostentosos funerales, y se la enterró según su voluntad, en la iglesia de San Martín, en una sepultura en el suelo, sin piedra ni letrero. Había cesado de llover y hacía sol.

Misas a centenares, funerales a toda orquesta, limosnas a porrillo, y lágrimas y lamentos que afortunadamente tenía el poder de evitar con sus frases chistosas el doctor don Rafael Pajares, quien, como médico de alguna fama, había sido llamado en los últimos días de la enfermedad del marido, lo que aumentó la languidez de éste y su desesperado desaliento.

Ni Bernardino ni Gregoria asistieron a sus últimos momentos, aunque se les mandó recado de su gravedad; ni se mostraron en el entierro ni en los funerales, probando con esta actitud su propósito de no verse más, de romper para siempre toda relación. Golpes fueron éstos, que acabaron de anonadar a Pablo Aquiles.

Sospechó el P. Lucas que algunos ocultamente no observaban éste su orden, haciendo y celebrando los funerales y exequias con los ritos y ceremonias del gentilismo: y para cogerlos in fraganti, puso algunos que los espiasen. Dentro de poco murió una mujer y luego determinaron los infieles hacerle el entierro á su usanza.