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Actualizado: 17 de septiembre de 2025


La señora de Freneuse, pálida como una muerta, permaneció un instante inmóvil, devorando con los ojos á aquel hijo á quien creyó no volver á ver; estalló después en sollozos y ocultó el rostro con las manos como si temiera que se disipase aquella visión deliciosa.

La señorita de Freneuse miró á su hermano y dijo con admirable sonrisa: Yo sabía que podría recompensarle de todo lo que iba á arriesgar por nosotros y él también estaba seguro de que tendría en cuenta su fidelidad.

Y ese hombre, ese socio del círculo, que trataba á usted tan familiarmente... ¿quién era? Tragomer se puso sombrío; la animación de su semblante dejó plaza á una intensa palidez y dijo, bajando la cabeza: Era el conde Juan de Sorege, el amigo intimo, el compañero de locuras de Jacobo de Freneuse cuando éste era libre y dichoso...

Si Lea Peralli, por un encadenamiento de circunstancias inexplicables para , vivía, mientras Jacobo de Freneuse sufría una condena por haberla matado, era evidente que este misterio encubría una monstruosa iniquidad. Adopté, pues, la resolución irrevocable de esclarecer y reparar el mal causado á mi infeliz amigo.

Me arrepiento de mi conducta y quiero repararla... ¡Por vida de!... y lo lograré, gracias al concurso de usted. Después veremos si alguien se atreve á vituperarme. Cristián escuchaba á Marenval con visible impaciencia deseando hacerle una pregunta. ¿Ha hablado de la señorita de Freneuse? . ¿En qué términos? Escuche usted, Tragomer; no estamos aquí para decirnos cumplimientos, ¿verdad?

Pero, por fortuna, la madre y la hija no habían retenido de cuanto había dicho sino el calor de su discurso y se habían sentido penetradas de una alegría secreta al recobrar un rayo de esperanza. La señorita de Freneuse resumió en dos palabras la situación: Mi querido primo, usted no creía antes en la inocencia de mi hermano y ahora, por una razón que no conozco, cree en ella.

Después se inclinó ante la señora de Freneuse y dijo: ¡Vamos, Marenval; ahora partamos. ¡Partamos! repitió Cipriano con energía. Y abrazando calurosamente á las dos mujeres, siguió á Tragomer.

¡Las buenas señoras! ¡Qué felices van á ser! ¡Ah! Quisiera presenciar su alegría... Pero, díganme ustedes, porque esta aventura me apasiona, ¿han navegado ustedes millares de leguas por amistad al señor de Freneuse? ¡Ustedes, dos parisienses, han abandonado su París, sus placeres, sus costumbres, y viajado tanto tiempo, arriesgando sus vidas!...

Tan poco enfadados estamos, que si su padre de usted no me hubiera hecho el honor de presentarme, iba á hacerlo Sorege mismo. ¡Tanto mejor! Yo quisiera que el señor de Sorege tuviera muchos amigos como usted... Parece que los tuvo muy malos en otro tiempo... ¿Quién era aquel Freneuse, que tan mal acabó? Al oir aquella pregunta imprevista, Cristián se puso rojo y miró atentamente á miss Harvey.

Mi colega Fremart, que estaba de servicio en la Audiencia y debía ocupar el sitio del ministerio público en ese asunto, se puso enfermo, y el jefe me encargó de estudiar los negocios de la quincena de modo que pudiera suplir á Fremart si no podía asistir á las vistas. De este modo tuve entre manos la causa Freneuse.

Palabra del Dia

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