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Es joven, está en su casa, no ha matado a nadie, y... a las dos le espera Cristeta; no en forma de impalpable fantasma ni de fría escultura, sino en carne y hueso, amante y cariñosa. Entonces, sacudiendo el sopor morboso de la pesadilla, mira en torno.

Tu eres la estrella que mis pasos guias En el camino del desierto mundo, Y de tu lumbre el esplendor divino Siempre me alhaga. La corona de fuego Del astro, rey del dia, Entre la onda fria Del mar, se sumerjió; Y la apacible noche, Su frente plateada De estrellas coronada, Serena levantó.

El P. Gil se había despojado del sombrero canal, y se inclinaba confuso y molesto bajo aquella fría y escrutadora mirada. El criado se retiró y entornó la puerta. Después de preguntarle por la salud, tardó en hallar palabras el sacerdote. Estará usted enterado, señor, de la desgracia que ha ocurrido hace algunos días en la mar.

De aquellas largas entrevistas salía rejuvenecida, los ojos brillantes, el pie ligero, saludando con afecto a personas a quienes en otra ocasión hubiera dirigido una fría y desdeñosa cabezada. Luego Raimundo la llenaba de asombro, a lo mejor, con algún acto inconcebible de candor infantil. El muchacho quedó confuso al verla delante; se puso colorado hasta las orejas.

Estudiando se aprende eso: que el hombre es el mismo en todas partes, y aparece y crece de la misma manera, y hace y piensa las mismas cosas, sin más diferencia que la de la tierra en que vive, porque el hombre que nace en tierra de árboles y de flores piensa más en la hermosura y el adorno, y tiene más cosas que decir, que el que nace en una tierra fría, donde ve el cielo oscuro y su cueva en la roca.

El sueño y la pereza le decían que parecía más temprano que otros días, que el despertador mentía como un deslenguado, que no debía de ser ni con mucho la hora que la esfera rezaba. No hizo caso de tales sofismas el cazador, y sin dejar de abrir la boca y estirar los brazos se dirigió al lavabo y de buenas a primeras zambulló la cabeza en agua fría.

Antes que ella quisiera, Ana sintió sus dedos entre los del enemigo tentador... debajo de la piel fina del guante la sensación fue más suave, más corrosiva. Ana la sintió llegar como una corriente fría y vibrante a sus entrañas, más abajo del pecho. Le zumbaron los oídos, el baile se transformó de repente para ella en una fiesta nueva, desconocida, de irresistible belleza, de diabólica seducción.

No esperaba milagros. No le gustaban siquiera. El milagro era un absurdo, algo contra la fría razón, y él quería método, orden, una ley en todo, ley constante, sin excepción. El milagro era romántico, revolucionario, violento, y él no estaba ya por el romanticismo, ni por la violencia, ni por lo extraordinario, ni por la pasión. ; había amor que valía más que el apasionado.

A medida que el espíritu de la niña crecía en saber, el espíritu de Silas crecía en recuerdos; a medida que la vida se desarrollaba, el alma del tejedor, largo tiempo aletargada en una fría y estrecha prisión, se desarrollaba también, y, toda trémula, volvía a una plena conciencia de mismo. Era una influencia que iría adquiriendo fuerza con cada nuevo año transcurrido.

El conde presentía algo grave debajo de aquella sonrisa enigmática, comprendía que estaba haciendo un papel desairado, que se estaban riendo de él y hacía esfuerzos heroicos para recobrar su sangre fría, sin conseguirlo.