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Actualizado: 10 de junio de 2025


La curiosidad, el recelo, la desconfianza, el miedo, la duda, formaban aquel extraño duelo, en el cual había todo menos lágrimas. «Ahora que se ha muerto de veras», murmuraba el labio cortesano en pasillos y galerías, y tras esto surgían infinitos planes de conducta. En la madrugada del 30 la descomposición selló la muerte del Rey, para que nadie pudiese dudar de ella.

Parecía complacerse con aquellos relatos de lamentables desgracias y enumerar, con no yo qué sombría avidez, todas las calamidades vecinas que formaban en torno de su existencia un concurso de causas de tristeza. Luego, al igual que había hecho el señor D'Orsel, me habló de , tan pronto con cierta reserva como con un abandono admirablemente calculado para facilitar la posición de cada uno.

Formaban parte del pequeño escuadrón cuatro antiguos dragones españoles y dos aguerridos coraceros de la guardia que se habían unido a Marcos en busca de aventuras. Ya puede imaginarse lo que estos hombres hicieron.

En su cuello, los tendones, huesos y nervios formaban como una serie de piezas articuladas, cuyo movimiento mecánico se observaba muy bien, á pesar de la piel que las cubría. Los ojos eran grandes y revelaban haber sido hermosos.

Un ligero perfume emanado de su ropa, un olor fino de jabón, flotaba aún en la habitación. Las mismas toallas de las cuales se había servido, todavía colgadas de la pared, formaban, al lado de la estufa de loza, una mancha blanca de fantástica apariencia.

Despidiéronse en seguida, y salió Tirso a la calle hondamente preocupado, por muchas razones. Aquella señora fue para él un enigma vivo: sabía el motivo de su viaje, alardeaba de influyente, habitaba un palacio y tenía aspecto de reina. ¡Qué maridaje tan extraño formaban en ella el trato mundanal y la piedad! Parecía la encarnación de lo profano puesta al servicio de lo divino.

La música, los aplausos, las voces y el murmullo constante del café formaban un run run tan insoportable, que el buen D. Evaristo creyó que se le iba la cabeza, y que caería redondo al suelo si permanecía allí un cuarto de hora más. Decidió retirarse, descontento de no haber encontrado solo a Juan Pablo, pues delante del farmacéutico no podía hablar del espinoso asunto que entre manos traía.

Descaeció notablemente, hasta el punto de que la gente de fuera vió con claridad que se moría. A Raimundo no se le pasó por la cabeza. Aquella existencia estaba tan ligada a la suya, que las dos no formaban mas que una. Le pasaba como a casi todos los enfermos que no saben que se mueren. Aunque muy enferma, Isabel seguía con la misma diligencia gobernando la casa.

La naturaleza, lánguida y enclenque entonces, iba quedándose, como si dijáramos, en cueros vivos; las brisas eran más frescas, y en lugar del sonido armónico y majestuoso que formaban perdidas entre el follaje de junio, gemían lastimeras al chocar contra los escuetos miembros de los árboles; lloraban fatídicas, como si fueran la voz de la naturaleza que lamentara la pérdida de sus risueñas galas.

Semejante honor, si en ello le hay, podían reclamarlo con más fundamento algunos de los marineros que formaban parte de la tripulación del buque procedente del Mar Caribe, que también habían venido á tierra á divertirse el día de la elección.

Palabra del Dia

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