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Actualizado: 29 de junio de 2025


Era frecuente encontrarla en la calle llevando y trayendo floreros y candelabros para adornar los altares, y en vísperas de las grandes fiestas no volvía á salir de la iglesia ni para comer, afanada como una hormiga en los preparativos de la solemnidad. Pero así gozaba después, extasiándose en la contemplación del churrigueresco hacinamiento de muselinas, flores de mano y papel dorado.

Las patas de las sillas, nada firmes, se enredaban entre los descosidos de la pleita a listas blancas y encarnadas; al aparador, huérfano de molduras, que arrancó el paño de la limpieza, le faltaban tiras del chapeado de caoba; los pocos enseres que sustentaban las tablas, eran platos ordinarios, vasos de vidrio, tazas de loza, floreros de cristal, comprados en banasta de a real y medio la pieza.

D.ª Eloisa, la madrina del nuevo presbítero, y las damas que la habían secundado en la noble empresa de darle carrera, habían añadido algunos pormenores delicados al adorno tosco y rutinario del sacristán. Grandes macetas de flores colocadas en artísticos floreros sacados de las mejores casas de la villa, algunas cortinas de damasco formando pabellón sobre los altares, candelabros, arañas.

Antes el altar desaparecía bajo las flores traídas de los invernáculos del castillo, y este año sólo se veían algunos ramos de lirios y lilas blancas, en floreros de porcelana dorada. Antes, todos los domingos, en la misa mayor, y todas las tardes, durante el mes de María, la señorita Hebert, la lectora de madama de Longueval, tocaba el pequeño armonium regalado por la Marquesa.

Imperaba en él todavía la reserva de los primeros momentos: la gente comía con moderación y delicadeza, los camareros y mozos de servicio andaban discretamente sin taconear, las cucharas producían leve música al tropezar con los platos, la virginidad del mantel alegraba los ojos, y el vaho aperitivo de la sopa no desterraba del todo las fragantes emanaciones de las rosas y claveles de los floreros.

Otra noche, uno de los amigos del doctor, momentos después de abrazarle y marcharse del Babilonia, fue desvalijado y asesinado en un garito. Algunos años antes, el doctor había conocido allí a su enfermo Petrov; en aquella época, Petrov llevaba una linda perilla, reía, derramaba vino en los floreros y cortejaba a una hermosa bohemia.

Para persuadirse de lo infundado de esta afirmación, basta considerar que entre los miles de lienzos del siglo XVII, que se conservan en España, son poquísimos los que representan episodios históricos o escenas de costumbres, y en cambio es incalculable el número de los inspirados en el Viejo o el Nuevo Testamento, y en las vidas de los santos: hasta los floreros se solían disponer de modo que sirvieran de marco a alguna imagen sagrada: retratos se hicieron en abundancia, pues siempre sobra lo que radica en la vanidad humana, y no escasean los bodegones, porque muchos artistas tomaban este género por vía de estudio: de lo que apenas hay rastro, es de la pintura que pudiéramos decir doméstica y familiar.

Con tal motivo, advierto á mis lectores, que no me fijo tanto, ora en la historia de los hechos, ora en su importancia privada, como en la influencia social que puedan ejercer, acerca de lo cual juzgo yo por las sensaciones que en producen. Entre los magníficos jarrones, floreros y varios utensilios de vajilla que hemos visto, voy á hacer mencion de dos figuras que pertenecen á otro género.

Palabra del Dia

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