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Este aumentó por la noche con las noticias que se recibieron de la abdicación de Napoleón y la exaltación de los Borbones. Todo el mundo estaba en el paseo; éste parecía atestado materialmente, el tiempo era magnífico; hablábanse las gentes sin conocerse apenas. Se reunían, se felicitaban, se abrazaban; era aquello una manifestación general de entusiasmo.

Pendientes de los muros, en marcos coruscantes, exhibíanse varios títulos de individuo de honor de diversas sociedades, acreditando los méritos del marqués de Jiménez, y un tarjetón, prodigio de caligrafía, en el cual los compromisarios castellanos felicitaban a su «digno senador» por sus brillantes discursos en defensa de la protección a los trigos.

»¡Desgraciado padre, que todo lo ha visto y averiguado y ha tenido fuerza para resistirlo todo! »A medida que él hablaba, pintábase la admiración en el semblante de sus oyentes, y a cada pausa que hacía le felicitaban todos con sincero entusiasmo.

Luego le pidió al doctor una gran hoja de papel, y dibujó una vez más su imagen, bajo la que escribió con letras muy grandes: «Georgi el Victorioso». Colocó el cuadro en una pared del comedor, muy cerca del techo, y los enfermos que lo veían le felicitaban. Pero el mal tiempo ejercía también sobre él una influencia perniciosa. Sus ensueños nocturnos tornábanse inquietantes y belicosos.

Tenía hacía diez años una cocinera que le daba de comer á su gusto y Clementina se la llevó, á fuerza de dinero, y cuando sus amigos la felicitaban por su delicada cocina, ella respondía: "¿Qué quiere usted? No ha podido permanecer en casa de Roussel, porque no pagaba jamás sus gastos.

Le recibieron como a un héroe, y todos parecían muy contentos, excepto Nastenka, que se iba a su cuarto de vez en cuando a llorar a sus anchas, y que, para ocultar las huellas del llanto, se ponía tantos polvos que se desprendían de su faz en tanta abundancia como la harina de una piedra de molino. Durante la cena todos felicitaban al novio y brindaban en honor suyo.

Mis esponsales tuvieron la aprobación de la nobleza y también del grueso público; por todas partes no vi más que caras sonrientes y manos afectuosamente tendidas que me felicitaban.

¡Silencio! exclamó, levantándose y subiéndose a la frente las antiparras. Y dirigiéndose a : ¡Adelante, caballero! Dejó el libro en la mesa, un horacio antiquísimo, y vino paso a paso a recibirme. Atravesó el dómine por entre la doble hilera de bancos, diciendo a los chicos que tomaran asiento. Los muchachos le obedecieron cuchicheando. Se felicitaban sin duda, de mi llegada.

Todas las demás, lloriqueando, la felicitaban con ruidosos aspavientos, y por fin la misma santa hubo de mandar que cesaran aquellas manifestaciones de regocijo, porque la enferma se afectaba mucho, y podría resultarle algún retroceso peligroso.