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Actualizado: 14 de octubre de 2025
Tenían mucha razón... Desengáñese usted, señor conde, los curas vamos de capa caída... caiiida... caiiida... Pues á pesar de todo, señor cura, le aseguro que me va fastidiando cada día mas la farsa y la frivolidad de la capital. No puedo soportar á tanto necio, á tanto advenedizo, á tanto sapo hinchado como ahora ha subido á la superficie al son del himno de Riego...
¡Farsa! exclamó con enojo el diplomático . Pero ya comprendo el juego. Lo mismo hace mi sobrina cuando quiere obligarme a que revele los secretos de Estado.
La traidora dormía tranquilamente sin curarse de él. ¿Aquel deseo de reconciliación era, pues, una farsa? ¿Venía a buscar dinero solamente? ¡Qué miserable! ¡Qué mujer tan odiosa! Empleando todas las precauciones imaginables, levantó el pestillo de la puerta y empujó. Tenía el pasador echado por dentro. Entonces se fue a la puerta del gabinete. Aquélla estaba abierta.
Protegido ya por el Papa y al servicio de éste, el bribonzuelo continuó la farsa que tan bien le había salido.
Formando cadena, las damas y gentiles hombres los iban pasando hasta las propias manos de los Reyes, quienes los presentaban a los pobres con cierto aire de benevolencia y cortesía, única nota simpática en la farsa de aquel cuadro teatral. Pero los infelices no comían, que si de comer se tratara muy apurados se habían de ver.
Se trata de un drama, pero la compañía puede representarlo lo mismo. Celemín se quedó con la obra para leerla y dar respuesta cumplida al día siguiente. Espíritu superficial, como todos los hombres consagrados exclusivamente a dar que reír a los demás, Celemín vió al punto que la obra, representada convenientemente en tono de farsa, sería el mayor éxito de risa.
La pena que creo ver escondida en aquel bulto negro, la lágrima que me parece adivinar á través de aquellas vidrieras, me reconcilia con toda esta magnífica farsa. Vamos, me dijo mi mujer. Vamos, contesté yo, y nos dimos á bajar la escalera. La mujer que vende la leche, está tres puertas más abajo de nuestro hotel. Luego que nos vimos en la calle, miré hácia el balcon de nuestra incógnita.
Los ministros hablan de libertad, los diputados hablan de libertad, los de los clubs hablan de libertad; pero la libertad no se ve, no existe: es una farsa. Digo, señores, que prefiero á esta farsa los frailes de antes y el rey absoluto de antes. ¿Pues eso qué duda tiene? dijo Núñez.
Creí que Dios me reservaba para una vida ejemplar, de continua devoción y tranquilidad; pero Dios se ha burlado de mi, me ha engañado, me ha hecho ver que la virtud con que yo estaba tan orgullosa no era otra cosa que una farsa, y aquella aparente perfección un desvarío. Yo no había vivido aún, ni me había conocido.
Montiño tenía fijas en la memoria las palabras de Quevedo: «De estas mujeres se triunfa á primera vista ó nunca». Y aquellas otras: «Interesa á la reina que enamoréis á esta mujer». Juan Montiño desempeñaba con gusto su farsa, porque, aunque estaba locamente enamorado de doña Clara, la comedianta tenía para él, en la situación en que se encontraba, un encanto irresistible.
Palabra del Dia
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