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Actualizado: 11 de octubre de 2025
Bien dice Quintana: ¡Ay! ¡infeliz de la que nace hermosa! Llena por consiguiente de recuerdos de grandeza, la trapera necesita ahogarlos en algo, y por lo regular los ahoga en aguardiente. Esto complica extraordinariamente sus gastos. Desgraciadamente, aunque el mundo da tanto valor a los trapos, no es a los de la trapera.
«¿Sí?, pues ahora lo verás». Esto se dijo Pedernero, cuyo amor propio de teólogo contrabandista se picó extraordinariamente.
Fortunata tenía la boca extraordinariamente amarga, cual si estuviera mascando palitos de quina. Al entrar en la parroquia sintió horrible miedo. Figurábase que su enemigo estaba escondido tras un pilar. Si sentía pasos, creía que eran los de él. La ceremonia verificose en la sacristía, y duró poco tiempo.
En realidad, lo que le enfadaba extraordinariamente no era ostentar sus encantos, porque estaba cierta de no hacer gesto, ademán ni movimiento indecoroso: la causa principal de su enojo era el tener que salir entre otras mujeres desapudoradas y venales que alardeaban de su desnudez, y con quienes había de alternar y confundirse. Esto la sacaba de sus casillas.
El cura se levantó, fué otra vez á la alacena y sacó de ella una copa extraordinariamente sucia. Después de haberla mirado al trasluz, fué á lavarla á la jofaina con el mayor sosiego. Octavio bebió una copa del vino de misa mayor, y, en efecto, no le apagó la sed: La impaciencia y la rabia ayudaban también á abrasarle las entrañas. Pues, como iba diciendo, tiene usted razón, señorito.
Pero también, señores, ¡cuán delicado me mostraba yo con ella! ¡extraordinariamente delicado, les aseguro!... La trataba como si fuera la princesa de un cuento de hadas; todos los días descubría yo en mi corazón nuevas fuentes de delicadeza, y me sentía positivamente orgulloso de mi refinada finura.
Este, si para caballerías era malo, para coches perverso; pero a pesar de los fuertes tumbos y arcadas, apretamos el paso, y hasta que no perdimos de vista el pueblo, no se alivió algún tanto el martirio de nuestros cuerpos. Aquel viaje me gustaba extraordinariamente, porque a los chicos toda novedad les trastorna el juicio.
Me dejé llevar sin hacer otra cosa que mirar en mi derredor. ¡Qué ciudad más aburrida y fría ese Munich, con sus grandes paseos, sus alineados palacios, sus calles extraordinariamente anchas y donde resuenan los pasos, su museo al aire libre de notabilidades bávaras tan muertas dentro de sus blancas estatuas!
Ambos venían encarnados, risueños y extraordinariamente locuaces. Los ojos les brillaban con fuego alegre y malicioso, que llamó la atención de sus amigos. Ahí va un cigarro, D. Martín dijo el joven presbítero, ofreciéndole uno de acreditada vitola, igual al que él estaba chupando voluptuosamente.
A Dios y a los hombres, señora respondió Elena con cándida intrepidez y sin echar de ver las sonrisas de todos. ¡Diablo! exclamó Kisseler con su brutalidad de siempre; pido que se agregue a las señoras... Elena no lo oyó, aturdida por la risa estrepitosa de Sofía, a quien estas bromas gustan extraordinariamente. Nos levantamos de la mesa al ruido de aquellas carcajadas, y pasamos al salón.
Palabra del Dia
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