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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Una visita al cortijo de una mujer entusiasta del maestro, que deseaba ver de cerca cómo vivía en el campo. Estas señoras medio extranjeras son siempre caprichosas y raras. ¡Pues si ella hubiese visto a las francesas, cuando fue la cuadrilla a torear en Nimes y Arlés!... Total, na. ¡Too... «líquido»! Hombre, ¡por la paloma azul! Tendría gusto en conosé al desahogao que ha venío con el soplo.

Aurora Samaniego tenía treinta años y era viuda de un francés, que vino a España representando casas extranjeras de droguería. A poco de casarse, allá por el 65, el francés se fue con su mujer a Burdeos y allí heredó de sus padres un establecimiento de ropa blanca, que mejoró a fuerza de trabajo, poniendo en él las bases de una fortuna.

¿A que causa debióse su ruina? ocúrrese preguntar. Muchas y muy complejas fueron, que si tratásemos de determinarlas nos excederíamos considerablemente de los límites de este artículo. La principal de todas salta á la vista. No fué posible luchar con el incremento de las fábricas extranjeras, con la perfección y belleza de sus productos, juntamente con la relativa economía de aquellos.

Otros más valientes que él habían intentado aclimatar aquellas aves pasajeras en ciertos hotelitos del ensanche, y todo el vecindario se amotinó contra las extranjeras. Hasta habían cortado las cañerías del agua y la luz de sus casas, para obligarlas á levantar el campo.

Mi querido amigo el doctor Montano en su precioso libro de Voyage aux Philipines et en Malaisie dedica no pocas páginas á Daraga, siendo justo en sus apreciaciones, hecho digno de consignarse por escasear obras extranjeras que juzguen á nuestras provincias de Oriente en su verdadero valor.

Describía los terribles jinetes de galope vertiginoso, impalpables como fantasmas, y tan terribles en su cólera, que el adversario no podía mirarlos de frente. En la portería de su casa y en varios establecimientos de la calle le escuchaban con todo el respeto que merece un señor que, por ser extranjero, puede hablar mejor que otros de las cosas extranjeras.

Hemos triunfado en el campo y hemos fracasado en las ciudades. ¿Hay nada más significativo? Porque las ciudades están dejadas de la mano de Dios. En Madrid, la juventud pasa su vida bailando bailes extranjeros, bebiendo bebidas extranjeras y cosa mil veces más nefanda leyendo libros extranjeros.

Ved, por ejemplo, al obrero español, el tipo que mas resiste á la invasion de las costumbres extranjeras: rebelde á la blusa, la cachucha y la actividad del obrero frances, el español conserva su sombrero redondo, su chaqueta y su manta para tener el derecho de conservar su inmobilidad é indolencia. Llega la tarde: son las cinco y estamos en primavera.

Durante dos horas, Amparo, haciendo casi sola la conversación, me dejó conocer cuánto valía su moral: vinimos al fin a recaer en mis viajes; me preguntó acerca de las civilizaciones extranjeras, y sin haber hablado ni una sola palabra de su pasado ni de sus proyectos, me despedí de ella. Fui a ver al padre Ambrosio algunos días después.

En las discusiones con su hermana y otras damas extranjeras que pedían el exterminio de Francia por su impiedad, la buena señora resumía su opinión siempre con las mismas palabras: «Cuando la Virgen quiso aparecerse en nuestros tiempos, escogió á Francia. No será tan malo este país como dicen... Cuando yo vea que se aparece en Berlín, hablaremos otra vez

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