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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Casi hundidas las raíces en el agua se veían a trechos espadañas y juncos en muy pobladas matas. Sobre el haz del agua dormida, que no rizaba entonces el más ligero soplo de viento, se extendían la verde lama y las redondas y anchas hojas de nenúfar, cuyas blancas flores se levantaban en el aire tranquilo. Los pies de Poldy se hundían en la hierba que había crecido muy alta.

El estertor fatigoso, la inmovilidad del enfermo, las sombras cadavéricas que se extendían sobre el rostro, marcando sus huecos con triste negrura y haciendo destacar fúnebremente el perfil de la nariz, acabaron con la serenidad del pobre viejo, arrancándole un grito que parecía salirle del alma: ¡Juanito...! ¡Niño mío...! ¿No me oyes...? Soy el tío Juan....

Su traje de trabajo, de satín de oro con botones que eran flores de perlas; su apasionado amor por los suntuosos colores, las telas que se extendían como olas de luz en su gabinete de trabajo, los terciopelos y las sedas con reflejos de incendio desparramados sobre los muebles y las mesas sin ninguna utilidad, sin otro fin que su belleza, para animarle los ojos con el acicate de sus matices.

A medida que el cazador avanzaba, aumentaba el número de rebaños; y no eran solamente rebaños de ganado los que huían, unos mugiendo, otros berreando, sino también bandadas de ocas que se extendían hasta perderse de vista, gritando, graznando, arrastrando sus buches a lo largo del camino, con las alas abiertas y las patas medio heladas; ¡daba pena verlas!

La noche estaba muy negra, el viento soplaba con furia, nubarrones obscuros se extendían por el cielo y dejaban espacios más claros, donde brillaba un grupo de estrellas. Hice un esfuerzo y me quité el pañuelo de la boca. Respiré a pleno pulmón. Luego pensé con frialdad: ¿Qué querían de aquellos hombres? Si Machín hubiera pensado echarme al agua, ¿qué esperaba?

Lo que comía era suyo, el vino procedía de su bodega, todo lo que adornaba aquella habitación lo había comprado él, los árboles que extendían su ramaje más allá de la ventana le pertenecían igualmente... Y sin embargo, creyó hallarse en este sitio por primera vez, sufriendo el malestar de la extrañeza y la desconfianza.

Las piedras preciosas extendían su gama de colores por pectorales, mitras y mantos de la Virgen.

El cielo estaba nublado y tenía un color gris que sombreaba la gran plaza de Nieva. Las olas de la multitud se extendían por todo su ámbito con vaivén acompasado. Y la barca se alejaba, se alejaba llevándose para siempre su tesoro, precedida de una gran cruz de plata en medio de dos cirios encendidos. Dejó caer la cortina y arrojose de nuevo sobre el sofá, murmurando palabras incoherentes.

Palabra del Dia

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