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Actualizado: 29 de mayo de 2025


¡Cuánto han tardado! dijo Marta que estaba en el terrado, con su delantal blanco, y nos sonreía desde lejos. Cuando la vi, experimenté el sentimiento de que toda la ternura que yo pudiera prodigarle, sería poca. Me precipité hacia ella y la besé impetuosamente. Pero, al mismo tiempo tuve pena, pues me parecía que así borraba de mis labios el beso de Roberto.

Ir a buscarla al salir de la escuela para acompañarla a casa, era mi sueno de oro; y cuando por alguna ocupación imprevista se encargaba a otra persona tan dulce comisión, mi pena era tan profunda, que yo la equiparaba a las mayores penas que pueden pasarse en la vida, siendo hombre, y decía: «Es imposible que cuando yo sea grande experimente desgracia mayor». Subir por orden suya al naranjo del patio para coger los azahares de las más altas ramas, era para la mayor de las delicias, posición o preeminencia superior a la del mejor rey de la tierra subido en su trono de oro; y no recuerdo alborozo comparable al que me causaba obligándome a correr tras ella en ese divino e inmortal juego que llaman.

Al punto experimenté cierta alegría viendo a una persona conocida que había salido ilesa del horroroso luchar; un instante después el odio antiguo que aquel sujeto me inspiraba se despertó en mi pecho como dolor adormecido que vuelve a mortificarnos tras un periodo de alivio.

»¡Me sería imposible describir a ustedes todo lo que yo experimenté durante aquel corto período de tiempo, tan largo para , tan horrible y extraño!

En fin, que en cuanto llevase los quince días justos de aguas iba a Andújar a tomar el expreso de Madrid para llegar más pronto. Tuve la suerte de que él se fuese primero, y así lo hice a mi salvo. Cuando el tren arrancó y me vi caminando a gran velocidad hacia el Mediodía, experimenté viva y dulce agitación; sacudió mi cuerpo un estremecimiento deleitoso.

Vuelto en , no experimenté, frente á frente de aquellas terribles ondas, sino la tentación muy inocente y bastante necia de apagar en ellas la sed que me devoraba: después reflexioné que encontraría en mi habitación un agua mucho más limpia: tomé rápidamente el camino de mi casa, forjándome una imagen deliciosa de los placeres que en ella me esperaban.

El 12 de marzo tomé el tren expreso que partía para Londres á las once y media de la mañana. ¡Qué impresion tan vigorosa la que experimenté al sentirme por primera vez arrastrado, con la rapidez del huracan, por ese animal de hierro, animado por el espíritu del hombre y silbando como una enorme serpiente enfurecida, que se llama locomotiva!

Aquel lenguaje me resultaba tan nuevo, era tal la naturaleza de sus confidencias, que desde luego experimenté una gran confusión, como al contacto de una idea completamente incomprensible. ¡Y bien! le dije, porque no hallé en mi mente más que esa exclamación de ingenuo. Pues nada más. Es todo lo que tenía que comunicarte, Domingo. Cuando a tu vez me pidas que te escuche, sabré hacerlo.

Al verla, experimenté la impresión muy clara de conocer á la mujer que acababa de presentarse ante . Era una morena de facciones acentuadas, ojos atrevidos y aventajada estatura. Se adelantó hacia el proscenio y empezó á cantar. En el mismo instante, como si la memoria me acudiese repentinamente, me di cuenta del parecido que me había chocado.

Recuerdo aún las impresiones que experimenté cuando, viviendo al lado del doctor, leí por primera vez sus páginas. La verdad me deslumbró: un mundo nuevo fué abriéndose ante mis ojos. Era mentira que las mujeres hubiesen gobernado siempre el mundo; su triunfo databa de algunos años nada más. En cambio, ¡qué historia tan enorme y tan gloriosa la de la dominación masculina!...

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