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Actualizado: 2 de junio de 2025
Aceptólas Jacobo gozosísimo, creyendo ya con esto conjurado el peligro, y gastóse alegremente en excursiones por Italia todo su dinero, dejándose en la ruleta de Mónaco hasta el último céntimo del que había sacado al tío Frasquito.
Miles y miles de hombres entusiastas, entre los cuales hay muchos que son esposas é hijas de altos funcionarios, se han encargado de mantenerme y ocultarme en mis excursiones de propaganda.
No fue hasta casi un año después que usted y el señor Seton tuvieron la generosidad de ponerme en la escuela, en Bournemouth, cuando mi padre consiguió descubrir lo que había andado buscando durante tres largos años, pues él siguió solo sus fatigosas excursiones.
En mis tiempos de chico, hablaba mucho de minerales y de filones de hierro un señor que se llamaba don Juan Beracochea, de quien la gente solía burlarse porque andaba con un criado suyo haciendo excursiones por los montes próximos, y decía que los alrededores de Izarte valían una millonada.
¡Pues qué diré de la mula en que Trampeta solía hacer sus excursiones a la capital! Ya las costillas le agujereaban la piel, de tan flaca como se había puesto.
Tan vehemente fué el deseo de los Malanaos de acogerse á nuestro dominio á fin de quedar á cubierto de las asechanzas de los Mindanaos acaudillados por Corralat, que presididos aquéllos por el padre San Agustín pasaron á Manila en numerosa y escogida representación, solicitando de Corcuera el establecimiento de un presidio en la laguna, á fin de contener las continuas excursiones de los mahometanos.
Había pasado junto á ella sin fijarse en su transformación, viéndola lo mismo que cuando acompañaba, con trote de gozquecillo, á la señorita Desnoyers en sus excursiones por el parque y los alrededores. Ahora era una mujer, con la delgadez del último crecimiento, apuntando las primeras gracias femeniles en su cuerpo de catorce años.
Matar más de cien toros por año, con los peligros y esfuerzos de la lidia, no le fatigaba tanto como el viaje durante varios meses de una plaza a otra de España. Eran excursiones en pleno verano, bajo un sol abrumador, por llanuras abrasadas y en antiguos vagones cuyo techo parecía arder. El botijo de agua de la cuadrilla, lleno en todas las estaciones, no bastaba a apagar la sed.
Y las excursiones en el carricoche con el viejo notario y su pacífico caballo, cuyas riendas se le permitía tener algunas veces. ¡Qué gloria la de atravesar así las aldeas de los alrededores y entrar solemnemente en alguna gran granja, donde le agasajaban como a su padrino!
No es posible afirmar de un modo terminante de quién partió tan salvadora idea, aunque no es aventurado el pensar que brotó en el cerebro malicioso de algún joven madrileño de los que gustan pescar, no en laguna tranquila, sino en río revuelto. Porque este género de excursiones es venero inagotable de riqueza para los mocitos aprovechados.
Palabra del Dia
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