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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Sabemos que los aficionados españoles y los exóticos como el vizconde de Fadièse, montados siempre medio tono más alto que los primeros, ahogarán nuestra opinión con sus gritos de anatema. Por esto nos guardamos muy bien de imponerla a otros y nos limitamos a mantenernos en ella.

Había también en su interior una tira más pequeña de papel de arroz con dos caracteres exóticos, trazados con tinta china, en los que reconocí inmediatamente la tarjeta de visita de Hop-Sing. La traducción de todo aquello era la siguiente: «Las puertas de mi casa no están cerradas para el forastero; el jarrón de arroz está a la izquierda y los dulces a la derecha de la entrada.

Pero los instintos hereditarios reaccionaban en todos aquellos retoños de la montaña: resucitaba en ellos el gusto á la antigua vida y poco á poco abandonaban los trajes exóticos, agarraban la escopeta y volvían, como sus padres, á las comilonas, á la caza y hablar de ganancias de miles de duros, acordándose de su educación extranjera como de un sueño.

El sería navegante como sus antecesores, marino vagabundo, gozador de placeres exóticos, y tal vez consiguiera arrancar de paso algún secreto al gran misterio de las llanuras azules. La vida en aquel palacio afeado por las manías de su madre le resultaba incómoda y penosa, impulsándolo á huir.

El mar estaba agitado, «venía mucha agua», según la expresión de los viejos marineros de la playa, y los conductores de las lanchas ocupadas por los ruiseñores exóticos iban a poner a prueba su habilidad. Al menor descuido la ola estrellaba la embarcación contra las rocas o el muelle y el mundo perdía algunos millares de sis bemoles.

El almuerzo nos reanimó un poco, un almuerzo abundante y extraño, compuesto de carpas, truchas, jabalí, erizo, manteca Stanelí, vinos de Crescia, guayabas, bananas, manjares exóticos, cuyo conjunto semejaban a la naturaleza tan compleja que nos rodeaba... Estábamos a punto de levantarnos de la mesa, cuando de repente, por la puerta-ventana, cerrada para resguardarnos del calor del jardín hecho un ascua de fuego, oyéronse grandes gritos: ¡La langosta! ¡La langosta!

Al despertar el príncipe en la mañana siguiente, no encontró á su «chambelán». El automóvil de alquiler se lo había llevado á las siete, para que completase sus preparativos. Vagó Lubimoff por los jardines, deteniéndose ante los jaulones que albergaban diversos pájaros exóticos.

Se agrupan ante los grandes escaparates con aire desdeñoso, como príncipes que van de incógnito y no saben ocultar su elevado origen; hablan de las estruendosas ovaciones, tributadas por públicos exóticos; exhiben con satisfacción infantil, brillantes en los dedos y la corbata, insinúan con estudiada reserva los arrebatos de las grandes damas, que locas de amor querían seguirles a Milán; exageran las cantidades ganadas en su viaje y fruncen el ceño con altivez cuando algún camarada desgraciado les pide un refresco en el inmediato café Biffi.

Pasaban los invitados a la procesión caminando apresuradamente, muy satisfechos de atraer la atención de la embobada muchedumbre: unos de frac, luciendo condecoraciones raras; otros con uniforme de Maestranzas y Órdenes de caballería, vestimentas extrañas, con el sombrero apuntado y la casaca de vistosos colorines, que daban a sus poseedores el aspecto de pájaros exóticos.

De su accidentada historia de marino, Febrer desechaba el relato de hambres y borrascas, y sólo sentía curiosidad por los amoríos en los grandes puertos internacionales, donde se amontonan los vicios exóticos y las hembras de todas las razas.

Palabra del Dia

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