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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Ya no gritaba de dolor, como la víspera; pero sentía una mano de hierro que le oprimía, le estrujaba y retorcía el corazón: se ahogaba, las palabras expiraban en sus labios, pues tenía que decir la verdad y comprendía que ésta se iba a volver en su contra.

Y Hans Keller describía después al hombre, siempre inquieto, estremecido por misteriosas ráfagas, incapaz de sentarse como no fuese ante el piano o la mesa de comer; recibiendo de pie a los visitantes, yendo y viniendo por su salón, con las manos agitadas por nerviosa incertidumbre, cambiando de sitio los sillones, desordenando las sillas, buscando una tabaquera o unos lentes que no encontraba nunca; removiendo sus bolsillos y martirizando su boina de terciopelo, tan pronto caída sobre un ojo como empujada hacia el extremo opuesto y que acababa por arrojar a lo alto con gritos de alegría o estrujaba entre sus dedos crispados por el ardor de una discusión.

Los ojos de la muchacha se enrojecieron, su mano estrujaba el rojo mandil. Ramiro, en vez de ablandarse ante aquella humildad, enfureciose mayormente. Tomó de un hombro a Casilda e hízola girar con violencia, gritando: ¡Fuera de aquí la bellaca! Ella corrió hacia la puerta, y oyose al pronto sofocado gimoteo que se alejaba por la galería.

Dentro del soportal la gente se estrujaba sin compasión: cada cual hacía prodigios de habilidad para burlar la ley física de la impenetrabilidad de los cuerpos, reduciendo el suyo a un volumen imaginario. La noche era densa y oscura como pocas. Los pies de los curiosos se buscaban en las tinieblas, y al encontrarse prodigábanse caricias harto expresivas.

En el espacio de pocos segundos metía la izquierda en el cacharro de la masa, daba en ella un pellizco, sacaba un pedazo, que más parecía piltrafa; estrujaba ligerísimamente aquella piltrafa, haciendo entro sus dedos como un pequeño disco u oblea grande; arrojaba esto al hervidero amarillo, y en el mismo instante, con una varilla que en la mano tenía, agujereaba el disco, haciendo un movimiento circular como quien traza signo cabalístico.

¿Qué ocultas ahí, en tu blusa? ¿Una carta? ¿Qué? Dámela... vamos... dámela.... El muchacho, próximo a llorar, dejose tomar por grado o por fuerza, un papel que estrujaba en sus manos crispadas. La carta no tenía dirección. ¿Para quién es esta carta? Para la señora. ¿De modo que te la han dado para la señorita Julia, para que ella se la a la señora? El niño indicó que .

Sólo en Bilbao se sabía comer: lo demás era tierra de salvajes, país de pobreza donde moría uno de hambre ó de asco, aunque fuese persona de las que tienen cartera. Los mineros ricos hicieron en Azpeitia una entrada de invasores. Había comenzado ya la fiesta con las apuestas de bueyes, y una muchedumbre de caseros y de gentes del pueblo se agolpaba y estrujaba en la plaza y las calles inmediatas.

Entonces le cogía las orejas, las estrujaba hasta arrancarlas. No satisfecha todavía, irritada de no poder herirla en la cara, tomó un plumero que había sobre la mesa, y con el mango comenzó a sacudirle sobre las manos, dejándolas cubiertas de cardenales. Al fin consiguió salvarse.

Creeríase que Juan Pablo las estrujaba con los codos, después de acribillarlas con su dialéctica, y cuando cogía un lápiz y trazaba números con febril mano sobre el mármol, para probar que no debe haber presupuesto, parecía un Fouquier de Thinville firmando sentencias de muerte y mandando carne a la guillotina.

Veíale surgir grande, potente, dispuesto a perecer en la demanda, a recabar con sangre de sus venas su libertad y su honra conculcadas. Y fué obra tuya, tuya solamente; que, sin , aún no viera nuestra patria roto el dogal que le estrujaba el cuello y en sus cielos brillando la alborada. ¡Ah! Mucho hiciste.

Palabra del Dia

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