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Su sillón, antes inmóvil, con sólida estabilidad, parecía agitado por estremecimientos nerviosos, lo mismo que una bestia que jadea afirmada sobre sus patas. La raza, como si la animase de pronto un alma traviesa, iba a pequeños saltos, repiqueteando en su plato, de un extremo a otro del velador.

Estos mismos vómitos son eminentemente espasmódicos, y sus esfuerzos violentos conmueven toda la economía, y están acompañados de constricciones, temblores y estremecimientos musculares, de una sensacion de quebrantamiento en los miembros, y de dolores congestivos en la cabeza.

Aquella reunión inmensa, a la que acude toda la población de la ciudad y la de sus cercanías; aquella agitación, semejante a la de la sangre cuando se agolpa al corazón en los parasismos de una pasión violenta; aquella atmósfera ardiente, embriagadora, como la que circunda a una bacante; aquella reunión de innumerables simpatías en una sola; aquella expectación calenturienta; aquella exaltación frenética, reprimida, sin embargo, en los límites del orden; aquellas vociferaciones estrepitosas, pero sin grosería; aquella impaciencia, a que sirve de tónico la inquietud; aquella ansiedad, que comunica estremecimientos al placer, forman una especie de galvanismo moral, al cual es preciso ceder o huir.

No quería ver mas: esta noche era para los locos. Tampoco el príncipe deseaba ver, y continuó en su sillón, pidiendo un nuevo cocktail. Desfilaban ante las puertas los que huían amargados por la suerte ajena y los que llegaban atraídos por la noticia del suceso. Permaneció solo, como un espectador que se queda en el vestíbulo de un teatro y escucha los lejanos estremecimientos del público.

Se habían sentado frente al mar, saboreando la rumorosa calma, en la que se confundían los estremecimientos de los pinos, el profundo rodar de las espumas invisibles, la respiración de la llanura azul, los crujidos de la tierra, rozada por los rosarios de hormigas, por las procesiones de orugas, por la labor tenaz de los escarabajos, y conmovida al mismo tiempo en sus entrañas por el despertar de las raíces.

En primer lugar, una curiosidad vivaz y ardiente; luego, la idea de que cada hora de marcha me alejaba tres de la patria; y arriba de los estremecimientos del cuerpo por los martirios físicos que entreveía, graves preocupaciones que respondían a mi posición oficial, que no tienen nada que ver con estas páginas íntimas.

Frotó repetidas veces la cara contra el lienzo, percibiendo un cosquilleo gratísimo que le penetraba hasta el alma. Gozaba con todo su cuerpo, como si mil bocas la estuviesen besando a un mismo tiempo. Se dejó estar un largo rato quieta, perdida en un sueño feliz, celeste, sacudida por leves estremecimientos de una dulzura tan grande que le hacía daño.

Aquel pequeño ser reanimaba fibras que habían permanecido insensibles en Raveloe; antiguos estremecimientos de ternura, antiguas impresiones del temor respetuoso causado por el presentimiento de que algún poder presidía su destino; porque su imaginación no se había desprendido todavía del sentimiento misterioso producido en él por la presencia brusca de la criatura, no habiendo supuesto ninguna causa ordinaria y natural que hubiera podido producir el suceso.

Duraba aquel viento sur blando, templado, perezoso; a veces ráfagas vivas movían como sonajas de panderetas las hojas, que empezaban a secarse y sonaban con timbre metálico. Eran como estremecimientos de aquella naturaleza próxima a dormir su sueño de invierno. Ana oía ruidos confusos de la ciudad con resonancias prolongadas, melancólicas; gritos, fragmentos de canciones lejanas, ladridos.

Jaime aún recordaba los estremecimientos de emoción con que acogía estos relatos. ¡Ah, Sóller! ¡La época de santa inocencia, en que abrió sus ojos a la vida entre relatos de milagros y conmemoraciones de luchas heroicas!... La casa de la Luna habíala perdido para siempre, lo mismo que la credulidad y la inocencia de aquella época para él casi remota.