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Actualizado: 14 de junio de 2025


Me bastaba saber que todavía estaba viva, porque cuando la traje a tierra creí que ya era inútil todo auxilio humano, y que el cobarde atentado de su vulgar amante había tenido éxito. Tiritaba y se estremecía de la cabeza a los pies, pues el viento de la noche cortaba como un cuchillo, y, al fin, por indicación mía, se puso de pie y, apoyándose pesadamente sobre mi brazo trató de caminar.

Se vio en una calle mal alumbrada, levantándose el cuello del gabán mientras ella se estremecía en su abrigo de pieles. Les hacía temblar el brusco tránsito del dormitorio caldeado al vientecillo glacial del anochecer. Salieron de la casa con cierto encogimiento, sin atreverse a mirar los muebles y los cuadros, modesta decoración reunida al azar cuatro años antes.

Las sensaciones intensas que nos habían dominado por algunas horas, el profundo asombro que aún estremecía el alma por instantes, nos dieron una laxitud tal, que al llegar a la hacienda de Tequendama, nos desmontamos, y encontrando en un corredor algunas pieles, nos tendimos sobre ellas, quedándonos casi instantáneamente dormidos.

Venturita, sin considerar que tenía un hermano y una hermana de más edad, se estremecía deliciosamente pensando que algún día pudiera ser «la señora marquesa» o «la señora condesa». Pero aquel marido que tenía era ¡tan obscuro! ¡tan enemigo de mezclarse en política, ni darse importancia! ¡Oh, si ella fuese la que llevara los pantalones, ya se vería hasta dónde llegaba!

Yendo al reducido mundo exterior con que estaba en relaciones y regresando á su morada, y siempre solitaria en esos paseos, creyó Ester, ó se imaginó creer, que la letra escarlata la había dotado de un nuevo sentido. Se estremecía al pensar, y no podía menos de pensar así, que aquella le proporcionaba una especie de conocimiento intuitivo de las culpas secretas de otras almas.

Se echaba sobre la nuca la blonda con que había cubierto su cabeza, desabrochaba su ligero gabán de viaje y aspiraba con delicia el airecillo húmedo y algo pegajoso que rizaba la superficie del río. Su mano se estremecía acariciando el agua. ¡Qué hermosa resultaba la escapatoria!

Sintió cómo el brazo de Ojeda se estremecía bajo su mano; cómo su cuerpo, pegado a ella en el ritmo de la marcha, parecía repelerla con sobresalto. No vayas a empezar como siempre, Fernando. Mira que no lo sufro... señor, te mantendré; será mi mayor gloria.

Jamás la voz argentina de la pequeña se rompía en un llanto descompuesto o en un acedo grito; jamás sus magníficos ojos de gacela se empañecían con iracundas nubes, ni su cuerpo gallardo se estremecía con el espasmo de una mala rabieta.

Una irradiación misteriosa estremecía en torno de ellos lo ignorado. La niña miró con extrañeza los muebles y las colgaduras, toda aquella vejez, toda aquella podredumbre; luego púsose a observar uno a uno los retratos.

Ignoro qué suerte será la mía, pero lo que me importa es tu tranquilidad. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Se dejó caer de bruces en el diván, ocultando el rostro entre los brazos, mientras un hipo de llanto estremecía las adorables sinuosidades de su dorso. Ulises, conmovido por este dolor, admiró al mismo tiempo la perspicacia de Freya, que adivinaba todas sus ideas.

Palabra del Dia

rigoleto

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