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Actualizado: 22 de julio de 2025


¿Y doña Ramona?... Ché, Ricardo le interrumpió Melchor, repitiéndole al golpearle cariñosamente el muslo y mirándole fijo en sus ojos como para subrayar la intención de la frase: ¿Y doña Ramona?... ¿No es un consuelo?... Iba cayendo la tarde... El sol parecía hundirse entre montañas de nubes que él mismo pintaba con diversos tonos entre estallidos rectos de rayos rojos.

No había tiempo que perder, porque el Rayo se desbarataba: casi toda la popa estaba hundida, y los estallidos de los baos y de las cuadernas medio podridas anunciaban que bien pronto aquella mole iba a dejar de ser un barco. Todos corrían con presteza hacia las lanchas, y la balandra, que se mantenía a cierta distancia, maniobrando con habilidad para resistir la mar, les recogía.

Con tales ilusiones se fabrica el valor... «¿Y esto es todo?», parecían decir sus ojos. Recordaba con cierta vergüenza su refugio en el «abrigo»; se reconocía capaz de vivir allí, lo mismo que René. Sin embargo, los obuses alemanes eran cada vez más frecuentes. Ya no se perdían en el bosque; sus estallidos sonaban más cercanos. Los dos oficiales cruzaron sus miradas.

#En# un lugar, no muy pequeño ni muy grande, de cuyo nombre no me acuerdo, y en mitad de la plaza dél, #había# mucha gente junta, todos atentos mirando y escuchando a dos mancebos que, en traje de recién rescatados de cautivos, estaban declarando las figuras de un pintado lienzo que tenían tendido en el suelo; parecía que se habían descargado de dos pesadas cadenas que tenían junto a , insignias y relatoras de su pesada desventura; y uno dellos, que debía de ser de hasta veinticuatro años, con voz clara y en todo extremo experta lengua, crujiendo de cuando en cuando un corbacho, o, por mejor decir, azote que en la mano tenía, le sacudía de manera que penetraba los oídos y ponía los estallidos en el cielo, bien así como hace el cochero, que, castigando o amenazando sus caballos, hace resonar su látigo por los aires.

Rumor de voces, estallidos de risas, guitarreos y coplas á grito pelado salían por aquella puerta roja como una boca de horno, que arrojaba sobre el camino negro un cuadro de luz cortado por la agitación de grotescas sombras.

Nada fue así más natural que la "Santa Alianza", en la que los déspotas europeos, sacudidos por los primeros estallidos del sentimiento renaciente de la libertad, al finalizar el siglo XVIII, se concertaron para destruirla, sostenerse mutuamente y ayudar a Fernando VII a sofocar la independencia de sus colonias americanas, que el papa, por su parte, había excomulgado desde el primer momento.

Al estrépito de los disparos alemanes se unían otras explosiones más cercanas. Adivinó los estallidos de los proyectiles franceses que llegaban buscando á la artillería enemiga por encima del Marne. Su entusiasmo empezaba á resucitar, la posibilidad de una victoria apuntó en su pensamiento. Pero estaba tan deprimido por su miserable situación, que inmediatamente desechó tal esperanza.

Retiráronse algunas monjas; yo sentí el tenue chocar de las medallas de sus rosarios cuando levantaban la rodilla, y luego besos. Era fácil contar el número de las que salían por el número de los suaves estallidos que resonaban en aquel espacio, porque todas al salir besaban los pies de un Cristo colgado junto a la puerta.

En el páramo de Solares, que separa el barrio de Arriba del de Abajo, pasaban lances cómicos: capas que se enrollaban en las piernas y no dejaban andar a sus dueños; enaguas almidonadas que se volvían hacia arriba con fieros estallidos; aguadores que no podían con la cuba, curiales a quienes una ráfaga arrebataba y dispersaba el protocolo, señoritos que corrían diez minutos tras de una chistera fugitiva, que, al fin, franqueando de un brinco el parapeto del muelle, desaparecía entre las agitadas olas.... Hasta los edificios tomaban parte en la batalla: aullaban los canalones, las fallebas de las ventanas temblequeaban, retemblaban los cristales de las galerías, coreando el dúo de bajos, profundo, amenazador y temeroso, entonado por los dos mares, el de la bahía y el del Varadero.

Entre los brazos de Emma, Bonis oía de cuando en cuando gritos que le estallaban dentro del cráneo. «¡Bonifacio! ¡Reyes! ¡Bonifaciole decían aquellos tremendos estallidos, y reconocía la voz del barítono, y la del bajo, y la del que cantaba en Lucrezia: Vivva il Madera! Vino el día y se durmió la triste pareja.

Palabra del Dia

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