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Actualizado: 9 de junio de 2025
El vigilante me esperará en vano en la lancha de administración, me buscará y tu fuga será descubierta. Entonces empezará el peligro. Estaban solos en la duna, rodeados de lentiscos y de altas hierbas amarillas. Detrás de ellos, en lontananza, el presidio dibujaba sus masas sombrías. Y en el mar, sosegado y tranquilo, el yate se deslizaba suavemente.
En el bar de los salones privados esperará á los dos, para hablar de las condiciones del encuentro. Permanece inmóvil en su profundo sillón, frente á una ventana dorada por la luz del ocaso, en la que se tejen y destejen los hilos de sombra proyectados por el ramaje inquieto de los árboles. Le parece de pronto que su espera resulta demasiado larga.
Llamé; vino una mujer, a quien pregunté si podía comer algo; me dijo que esperara un momento. Hablamos; le expliqué quién era y a lo que iba, y a mis preguntas contestó dándome los informes que le pedía acerca del inquilino de nuestro caserío.
Apuntó la idea de vender la casa, y retirarse a Mayvill, para vivir allí en el campo tranquilamente con la señora Percival, pero yo insistí en que esperara, al menos por ahora.
Atrancada bien la puerta, volvió aquel á su trípode, y estableciéndose en ella, miró al del gorro, como si esperara de él una gran cosa. ¡Buena la han armado! dijo en voz alta, seguro de no ser escuchado por voces extrañas ¡Otro alboroto esta noche! Y dicen que la Guardia Real prepara un gran tumulto. Usted, D. Elías, debe saberlo.
El cojo, como si la esperara, la invitó a pasar adelante y subir. En lo alto de la escalera había otro criado que, sin aguardar a que ella preguntase, abrió con mucho respeto una mampara. Esto animó a Isidora. Dentro de ella se reía un sentimiento y lloraba otro. Andaba como una máquina. Su corazón no era corazón, sino un martinete que daba golpes terribles.
Pero mi tía no contestaba; empeñada en colocar su saludo en la cara de sus ídolos y en que su marido también lo colocase, lo cazó materialmente del brazo y le mandó que esperara la ocasión propicia para mover el pescuezo. De pronto pareciole que la miraban. ¡Ahí mira don Buenaventura! ¡ahí te mira el doctor Trevexo... dijo; ¡ahora!... saluda, Ramón.
Limpiose doña Guiomar con un pañizuelo los líquidos diamantes que por la amargura de sus tristes memorias de sus hermosos ojos se desprendían, por lo cual Miguel de Cervantes la dijo: Enjugarnos yo, hermosa señora mía, esas lágrimas que por vuestras alabastrinas mejillas corren, con mis labios, si tan bienaventurado fuera que ya me llamara vuestro esposo; y tal procuraría que fuese para vos mi amor, que no lágrimas de amargura, sino de contento del alma enamorada vertieseis, si es que mi amor podía enamoraros, cosa en la que no espero, porque si la esperara, ya en la sola esperanza encontraría la ventura milagrosa de este amor que por vos me abrasa las entrañas, y es mi vida en mi muerte y mi contento en mi tristeza.
Yo le decía que no se casara, que me esperara. Sí, te esperaré contestaba ella fríamente. Supe que no era yo el único que hablaba con Dolorcitas por la reja y que un joven guardia marina iba muchas noches a charlar con ella.
Su respetuoso y reverente servidor. Pasaron tres meses sin que don Elías contestara. Al fin contestó, advirtiendo que esperara un poco, que avisaría si podía venir ó no. Un mes después escribió de nuevo llamando á Lázaro á su lado, y añadiendo que de su comportamiento y disposiciones dependía el que hiciera fortuna. Lázaro no cabía en sí de gozo.
Palabra del Dia
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