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Actualizado: 10 de julio de 2025
Hice un lío con la poca ropa que tenía; saqué hasta treinta reales, que eran todos mis ahorros, del escondrijo donde los ocultaba, antes del amanecer tomé a campo traviesa el camino de Madrid, y aquí entré por la carretera de Extremadura y la calle de Segovia. Han pasado siete años, y me acuerdo como si hubiese sido esta mañana. ¿Y dónde fuiste? A casa de mi tío Manuel.
Magnífico y sorprendente era el espectáculo que este ejército presentaba, según me dijo el testigo ocular que lo presenció todo desde un escondrijo inmediato, el cual testigo ocular era un viejísimo Flos sanctorum, forrado en pergamino que en el propio estante se hallaba á la sazón. Avanzó la comitiva hasta que estuvieron todas las palabras fuera del edificio.
El tío Ventolera hablaba de monedas de plata, delgadas como hostias, encontradas por muchachos al jugar en la costa. Su abuelo le había contado, siendo niño, la tradición de cavernas submarinas que contenían tesoros, cuevas de los sarracenos y normandos que habían sido muradas con pedruscos, perdiéndose después el secreto del escondrijo.
Los guardias cansáronse pronto de este registro infructuoso. El guardia más antiguo miraba maliciosamente, como un perro que husmea, hacia el grupo de mujeres. Por allí cerca debía estar el escondrijo. ¡Pero cualquiera hacía mover a las secas y negruzcas matronas de sus asientos! Bien claro hablaban los ojos hostiles de estas damas. Habría que arrastrarlas a viva fuerza, y eran señoras.
Ramiro, ahitado de lecturas religiosas, cogió las Aventuras de Silves de la Selva y fuese a esconder en un obscuro recoveco del monte que formaban tres gruesos peñascos a la sombra de una encina. Tendido en el suelo, con la sien sobre el puño, suspendía por momentos la lectura, para sentir mejor el deleite de su escondrijo.
Ramiro dejose caer de rodillas y alzó los brazos al cielo, dando gracias a Dios por haberle puesto, a la vez, en su camino, el anhelado refugio y el ejemplo de aquella muerte. Al otro día, por la mañana, dio sepultura al ermitaño y ordenó lo mejor que pudo el interior del obscuro escondrijo, donde había resuelto pasar todo el resto de su existencia.
Solos y errantes, como si el mundo no existiera; como si toda la naturaleza fuese para ellos; pasando por cerca de las alquerías dormidas, dejando atrás la ciudad, sin que nadie se diera cuenta de aquel amor que, en su entusiasmo, se desbordaba, saliendo del misterioso escondrijo para tener por testigos el cielo y el campo.
Con motivo de los susodichos censos, el señorito buscó asiduamente las onzas del nuevo escondrijo de su madre; tiempo perdido: o la señora no había atesorado más desde el robo, o lo había ocultado tan bien, que no diera con ello el mismo diablo.
Era D. Rafael Seudoquis, exaltado patriota primero, después indefinido, luego conspirador perseguido y condenado a horca, pero indultado otra vez y admitido en el servicio por influencias de parientes poderosos. Después que satisfizo la curiosidad de los del café, dirigiose arriba, y al entrar en el hueco de la escalera llamole Aviraneta desde su escondrijo.
Era tierna, sensible, voluble, traviesa, y por efecto de la educación, disimuladora y comedianta como pocas; pero en ocasiones tan ingenua, que no había pliegue de su corazón que ocultase, ni escondrijo de su alma que no descubriese. Por esto, que era sin duda efecto de un anhelo irresistible de libertad, aparecía a veces descomedida y desenvuelta con exceso.
Palabra del Dia
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