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Actualizado: 25 de octubre de 2025
De los otros «pasos» era posible reírse, por la falta de devoción y el desorden de los cofrades; pero de éste... ¡vamos, hombre!... El sentía un escalofrío de emoción al contemplar la imagen poderosa de Jesús, «la primera escultura del mundo», y ver la majestad con que marchaban los encapuchados. Además, en esta cofradía se trataba uno con gente muy buena.
Al bajar la escalera, estrecha y oscura como boca de lobo, zumbábanle a Amparo los oídos y apretaba convulsivamente la carta, llevándola oculta bajo el mantón. La oprimía como oprimiría un puñal, con vengativo empeño y no sin cierto interior escalofrío.
Juanillo los contemplaba como seres de asombrosa superioridad, envidiando su buen porte y la frescura con que piropeaban a las mujeres. La idea de que todos ellos tenían en su casa un traje de seda bordado de oro, y metidos en él marchaban ante la muchedumbre al son de la música, producíale un escalofrío de respeto.
Contraíase el hocico con gesto de dolor; chocaban los dientes largos y amarillentos con un escalofrío de martirio, perdiéndose en el polvo los relinchos, ahogados por la presión del pie.
No son nada mío. ¿Qué tiene usted, Ana? ¿se pone usted mala? ¿qué es esto? llamaré... No, no, de ningún modo.... Un escalofrío... un temblor... ya pasó... esto no es nada. ¿Tendrá usted un ataque? No... el ataque se presenta con otros síntomas... deje usted... deje usted. Esto es frío... humedad... nada.... Callaron. De Pas vio que Ana contenía el llanto que quería saltar a la cara.
Una febril agitación reinaba en las calles barridas por el viento, y en las casas reinaba una profunda quietud. Cuando el chino hubo llegado a la cima de la cuesta, la colina de la Misión se ocultaba ya a su vista y la fresca brisa del mar le daba escalofrío. Descargose de su cesto para descansar.
Tal alucinación en pleno día era señal de mi estupidez, por lo cual, burlándome de mí propio, seguí mi camino. Pasando bajo la imagen, contemplaba el jirón de la cometa, cuando me detuve de nuevo, porque un objeto rozó mi cara, produciéndome escalofrío. El jirón de papel se había desprendido de la imagen, cayendo sobre mi. ¡Vean ustedes lo que es el estado del ánimo!
Cuando el padre se retiraba ya, murmurando «Adiós, Nuchiña, hija querida», la novia le asió la diestra y se la besó humildemente, con labios secos, abrasados de calentura. Quedó sola. Temblaba como la hoja en el árbol, y al través de sus crispados nervios corría a cada instante el escalofrío de la muerte chiquita, no por miedo razonado y consciente, sino por cierto pavor indefinible y sagrado.
Un escalofrío de entusiasmo subía por su espalda. Se le humedecieron los ojos, y al beberse el champañ creyó haber tragado algunas lágrimas.
Casi llegó a olvidar a los enemigos que le rodeaban. Pensaba con inquietud en Margalida. Sintió el escalofrío del enamorado cuando adivina la proximidad de la mujer adorada y duda de su suerte, temiendo y deseando al mismo tiempo su aparición.
Palabra del Dia
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