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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Gallarda y esbelta, tenía toda la amplitud, robustez y majestad, que son compatibles con la elegancia de formas de una doncella llena de distinción aristocrática.

Yo había retenido el lecho de abajo; así, me llamó la atención, al llegar a la división que me correspondía, ver instaladas ya dos personas. Eran un hombre de barba blanca, de unos 60 años de edad, y una niña de 20, esbelta, de facciones agradables y finas.

Sus innumerables torrecillas mudéjares, de pizarra y azulejos, brillaban como diamantes, y sobre todas ellas descollaba la formidable y esbelta Giralda, el antiguo y severo alminar de los árabes, con fuerte color anaranjado. El espacio que ocupa en la vega donde está asentada es grande.

Llevaba el primero un traje de elegante corte, aunque de obscuro color y sin los adornos y preseas que distinguían á los señores de la escolta real. Largos y muy rubios el cabello y la barba, contrastaban con la negra cabellera de la hermosísima joven que iba á su lado. Era alta y esbelta, de moreno y agraciado rostro.

Donna Olimpia era alta y bien formada, pero, más que esbelta, amplia y exuberante sin perder la gracia y el hechizo, como las ninfas y diosas que pintaba Tiziano Vecelli. Cuando pasaron los del grupo, Tiburcio prosiguió su arenga diciendo: Esta donna Olimpia es un prodigio singular. Se ignora la edad que tiene.

Estremecido por el frío volvía en . El sueño o el cansancio le rendían luego, hundiéndole en los abismos de la nada, y su imaginación descansaba hasta que, al despertar, la esbelta figura de la niña flotaba de nuevo ante sus ojos, turbando la primer plegaria del día.

Cuando más enfrascados estábamos en la conversación y el comandante se había brindado a protegerme con todas sus fuerzas, observo que se queda pálido, mirando a la calle con turbado rostro. Volví la cabeza y vi una elegante joven, esbelta y rubia, acompañada de un caballero, la cual, mirando hacia nosotros, saludó doblando la mano repetidas veces con ademán y sonrisa insinuantes.

Recordé a Sarto, al general Estrakenz, al cardenal con su ropaje púrpura; vi luego el rostro de Miguel el Negro y por último la esbelta figura de la Princesa. Permanecí largo tiempo absorto en mis recuerdos, hasta que mi hermano me puso la mano sobre el hombro, mirándome fijamente. La semejanza, como ves, es grande le dije. Creo que no debo de ir a Ruritania.

La mar, que á la brisa ondula y al sol poniente riela, deja ver la blanca vela, recortándose en la luz, que el ocaso enciende en fuego, de esbelta nave galana que de la costa africana viene al verjel andaluz.

Era, además, hermosa como una ideal virgen espartana, como la propia Diana Cazadora, rica en salud y gallardía; esbelta, fuerte y ágil; con todos los atractivos de la más casta, limpia y juvenil hermosura.

Palabra del Dia

ciencuenta

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