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Actualizado: 26 de junio de 2025
Su mujer y Margalida habían ido otra vez a la ermita de los Cubells: el muchacho las acompañaba. Comió Febrer con buen apetito, por haber pasado la mañana en el mar desde que rompió el día; pero el aire grave del payés acabó por preocuparle. Pep: tú quieres decirme algo y no te atreves dijo Jaime en dialecto ibicenco. Así es, señor.
Vayan al diablo el Señor y los Reverendos Padres refunfuñó Zalacaín . La verdad es que este rey es un rey ridículo. Esperó Martín a que despachara el Señor con los Reverendos, hasta que el rozagante Borbón, con su aire de hombre bien cebado, salió de la ermita, rodeado de su Estado Mayor. Junto al Pretendiente iba una mujer a caballo, que Martín supuso sería doña Blanca. Ahí está el Rey.
Más allá de Noblejas y Villarrubia de Santiago, y cuando después de una larga jornada sesteábamos, apartados del camino, junto a la ermita del Santo Niño, se nos agregó un mozo que nos dijo llevaba el mismo camino que nosotros y que desde entonces fué nuestro inseparable compañero.
Era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese; y para este efecto la gente de una aldea que allí junto estaba venía en procesión a una devota ermita que en un recuesto de aquel valle había.
Por los años á que me voy refiriendo pintó Herrera para san Agustín la Asunción y Coronación de la Virgen; para san Antonio dos Apóstoles; para la ermita de la Encarnación en Triana, siete cuadros con pasajes de la vida de la Virgen, obras todas que se han perdido, y el Triunfo de san Hermenegildo, que estaba en el altar mayor de dicho templo y que hoy se conserva en el Museo provincial.
Pablo el ermitaño vive há largo tiempo en una ermita solitaria, exclusivamente consagrado á la devoción y contemplación de la divinidad. La obra comienza con una escena realzada por la solemnidad y santidad de las fiestas del descanso, á que se entregaban los antiguos patriarcas. Pablo, después de orar, cae en un letargo, durante el cual sueña que va á ser condenado en el juicio final.
La gente menuda comentaba a la puerta de la sacristía el gran incidente de la fiesta. Su Eminencia no había bajado al coro ni asistiría a la procesión. Decíase que estaba enfermo; pero los de la casa sonreían recordando que en la tarde anterior había ido de paseo hasta la ermita de la Virgen de la Vega. Era que no quería ver al cabildo.
Se tranquilizó al abrirse un claro en la muchedumbre y ver a la artista sentada en una silla que le había cedido una vendedora, con un niño sobre las rodillas, hablando con una mujercita pequeña, miserable, enfermiza, que a Rafael le pareció la hortelana que encontraron en la ermita. ¿Qué opina usted de mi plan? preguntaba en aquel mismo instante don Matías.
Un poco más arriba, en lo que pudiera, sin mucho agravio de la verdad, denominarse llano, y antes de llegar a la ermita, todavía en la penumbra que nos haría invisibles a no muy larga distancia, atracó su rocín al mío; y deteniéndole por las riendas que casi me arrancó de las manos, después de detener el suyo, me dijo apuntando con su diestra ociosa a un altísimo y lejano picacho, en cuya cúspide se estrellaba el primer rayo de sol que penetraba en aquellas montaraces regiones.
Lo cierto era que ante aquel rostro visto por primera vez, sentía en su memoria la misma impresión que al encontrar una cara amiga tras larga ausencia. El ermitaño, excitado por la esperanza de la propina, llevábalas hacia la ermita, a cuya puerta se asomaban curiosas su mujer y su hija, deslumbradas por los enormes brillantes que centelleaban en las orejas de la desconocida.
Palabra del Dia
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