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Actualizado: 26 de junio de 2025


La luz es intensa, el ambiente puro: si la tierra parece triste, el cielo es alegre y luminoso como la gloria prometida a la virtud de aquellos santos. Hizo Velázquez este cuadro para la ermita de San Antonio, en el Retiro, y fue su última obra.

Ni de su fin y acabamiento pudo alcanzar cosa alguna, ni la alcanzara ni supiera si la buena suerte no le deparara un antiguo médico que tenía en su poder una caja de plomo, que, según él dijo, se había hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita que se renovaba; en la cual caja se habían hallado unos pergaminos escritos con letras góticas, pero en versos castellanos, que contenían muchas de sus hazañas y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza y de la sepultura del mesmo don Quijote, con diferentes epitafios y elogios de su vida y costumbres.

Así, mañana voy a pasar la tarde con Mad. Jouarre. No encuentro allí la santidad de una celda o de una ermita; pero casi su aislamiento; y si mi querida amiga surgiese en pleno esplendor y yo recibiese de ella, no diré una rosa, sino una sonrisa, quedaría entonces seguro de que este amor mío o este mi sentimiento indescriptible y sin nombre que va más allá del amor, encuentra en sus ojos piedad y permiso para esperar.

Enfrente campeaba la ermita de los Italianos, no menos ridícula entonces que hoy, y más abajo, en lo más rápido del declive, el Espíritu Santo, que después fué Congreso de los Diputados. Las casas de los grandes alternaban con los conventos.

Traga-santos vendió hasta los clavos de su casa para realizar su propósito de reedificar la ermita de San Isidro; y como aquello no bastase, anduvo de pueblo en pueblo pidiendo limosna para tan santa obra, por cierto con mucho fruto, particularmente en Cabezudo y Barbaruelo.

Apenas había salido de la puerta, cuando, sin poderlo resistir, dos Nilos reventaron de mis ojos que, regándome el rostro en abundancia, quedó todo de lágrimas bañado; esto y querer anochecer no me dejaban ver cielo ni palmo de tierra por donde iba. Cuando llegué a San Lázaro, que está de la ciudad poca distancia, sentéme en la escalera o gradas por donde suben a aquella devota ermita.

Después de errar más de media hora, en la dirección del sudeste, sin alejarse del río, vio asomar una cruz entre los cantos. Era la cruz de una ermita construida al borde del abismo. Acercose; y a pesar de su profunda tribulación, la sorpresa del cuadro dejole absorto un momento, haciéndole presentir un sentido provechoso para su alma.

También hacía modelos para algunos marinos como ex voto. Sabido es que el llevar un modelo a una ermita es una forma de aplacar a la divinidad.

Helvidio hace jurar al desdichado amante que, en caso de conseguir algún día la mano de Angélica, edificará en el paraje en donde se levanta la ermita una hermosa iglesia con un hospital para los pobres caminantes.

Desde las ventanas de su cuarto abarcaba con la vista ancho espacio, extensos plantíos de nabos, frondosos maizales, hondonadas de donde subía rumor de agua corriente, casas pequeñas y dispersas, medio ocultas entre la frondosidad de enormes castaños acopados, y allá, en lo alto de algún cerro, una ermita con la cruz del tejadillo tronchada por el viento.

Palabra del Dia

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