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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Pero el valeroso Doroteo despreciaba estas invenciones de la malevolencia. ¡Qué hombre ilustre carece de envidiosos! Había perdido su timidez de los primeros tiempos de la revolución, cuando rondaba en torno de los caudillos principales como un oficial de lealtad perruna, siempre dispuesto á encargarse de las misiones peligrosas.
Pero tiempo podrá venir en que se enmiende esa falta, y no dura más en hacerse la enmienda de cuanto quiera vuestra merced ser servido de venirse conmigo a mi aldea, que allí le podré dar más de trecientos libros, que son el regalo de mi alma y el entretenimiento de mi vida; aunque tengo para mí que ya no tengo ninguno, merced a la malicia de malos y envidiosos encantadores.
Después de lo que usted ha trabajado en este pueblo, después de haberlo puesto todo en orden, después de haber logrado que se edificara la iglesia... Porque a usted exclusivamente se debe... todo el mundo lo sabe... ¡Quitarle lo que le pertenece y darle la plaza a un D. Narciso!... ¡Es una infamia! ¡es un asco!... ¡Qué bien han manejado la intriga esos envidiosos! ¡Ya me parecía a mí que tanto viaje a Lancia algo significaba!... Por supuesto que yo bien sé quién le ha ayudado... ¡ya lo creo que lo sé!
Al contrario, a nuestros clamores responden con sus carcajadas, y nos llaman pordioseros, envidiosos, y nos desprecian, nos injurian. De nada nos vale invocar la ley. La ley es suya, porque teniendo ellos el dinero, tienen la conciencia de los jueces... Que me den a mí el dinero, aunque sólo sea por ocho días, y verán lo que soy.
El mundo rebosa de gentes que sufren con todo triunfo ajeno y quisieran ir por él con una pica derribando cuanto les sobresale: y de gentes parasitarias que se ríen de todo lo que no comprenden. Pero... desprecio para ellos los envidiosos y desdeñosos de oficio, ¡lástima de sus humanas envolturas tan vilmente rebajadas!
Lo que le producía esta venta lo guardaba para sí, y el jornal de la semana lo ponía íntegro el sábado en manos del buñolero; pero lo que más le gustaba era entregárselo a Isabelita, diciendo: «Anda, da eso a tu padre.» Los demás aprendices, envidiosos de aquel compañero de quien se hacía más caso que de ellos, comenzaron a tomarle tirria y jugarle malas pasadas.
Los apóstoles de la nueva ley me parecieron, en su mayor parte, bribones infames ó frenéticos furiosos, llenos de envidia y sedientos de sangre. Vi al talento, á la virtud, á la belleza, al saber, á la elegancia, á todo lo que por algo sobresale en la tierra, ser víctima de aquellos fanáticos ó de aquellos envidiosos.
Menester era de toda la prudencia y tino de Morsamor, para evitar riñas entre dichos envidiosos y los del bando que sin pretenderlo él querían seguirle y cuyo aparente adalid era Tiburcio.
Ya sé lo que va usted a decirme: que su señor padre le ha ayudado a salir de apuros en muchas ocasiones, pero, ¿no ha respondido el capital en muchas otras, bajo la garantía de don Bernardino Esteven? Y esta garantía, ¿podrá ser sostenida por su padre, hoy que corren rumores que no quiero repetir? ¡Calumnias! vociferó Jacintito. Canalladas de los envidiosos.
Cada vez que un diputado o el grande elector en su nombre da un empleo, el agradecimiento no es seguro en quien le recibe, pues éste puede creer que harto ganado le tiene. En cambio los envidiosos, quejosos y descontentos, parece como que brotan del seno de la tierra, lo cual es difícil de evitar, porque por muchos empleos que saque el diputado, no ha de sacar uno para cada elector.
Palabra del Dia
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