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El duque se enfureció terriblemente, y lanzando gritos de cólera, y echándoles miradas de fiera acosada, se tiró al suelo y se puso a recoger de nuevo los mendrugos, mientras los criados celebraban con algazara la gracia de su compañero. Cuando ya los tenía todos en la bandeja y corría hacia la puerta para librarse de sus burlas, el mismo rapaz se fué tras él y otra vez se los tiró.

Visitó al cardenal para quejarse de las gentes del claustro, y Su Eminencia, que vivía en perpetua indignación, se enfureció escuchándole, faltando poco para que le pegase. ¿Por qué le iba a él con tales cuentos? ¿Para qué le había concedido autoridad? ¿Es que bajo la sotana no tenía nada de hombre? El que faltase a la buena disciplina de la casa, ¡a la calle inmediatamente!

El pastor y la pastora le decían que pasara y ella contestaba que muchas gracias... Y por fin ayer se volvieron las tornas, porque Mauricia se enfureció, y acometiendo a doña Malvina le llenó la cara de arañazos... D. Horacio llama a los de Orden Público, y la tarasca se mete en la capilla, rompe el púlpito, vuelca el tintero, hace pedazos todos los libros, arma una barricada con las sillas, y coge la copa en que ellos comulgan, y... la profana del modo más indecente.

Entonces ese hombre añadió señalando a su adversario se enfureció conmigo. Como que esa no es virtud gritó el eclesiástico ni siquiera es esa porque es ese. Porque es virtud macho dijo el Santo al deán no puedes comprenderlo. Y vamos a ver, vamos a ver, ¿para dónde eran las pinturas? Para la catedral contestó Molina. ¿Y allí querías colocar el Trabajo? , señor.

Las muestras de maíz esparcían sus granos sobre la seda de un sofá que sólo ocupaban las señoritas con cierto recogimiento, como si temiesen romperlo. Junto á la entrada del comedor había una báscula, y Madariaga se enfureció cuando sus hijas le pidieron que la llevase á las dependencias.

D. Restituto se enfureció y anunció su propósito de demandar a Cosme y pedirle indemnización de daños y perjuicios. De él no se burlaba nadie; estaba resuelto a hacer que se respetase su propiedad. Desde allí se corrieron a los maizales, y el párroco mostró a su compañero con extremado gozo el estado magnífico de las plantas.

Precisa llevar en las venas sangre británica para concebir un refinamiento tan monstruoso de la soberbia. Cuando Osorio tuvo conocimiento de la resolución de su ex novia, se enfureció atrozmente; declaró con arrogancia que antes que pasar por tal humillación le harían cachos. No se volvió, pues, a hablar del asunto. Siguieron las cosas como antes.

Castro se volvió hacia él y le contempló unos momentos entre irritado y sorprendido. Tornando luego la vista al espejo, dijo con calma despreciativa: Querido Manolo; eres un melón de gran tamaño. Estoy seguro de que si heredases ahora a tu tía, entregarías la herencia a la Amparito para que la engullese como ha hecho con la de tus papás. Manolo se enfureció al oir esto.