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Actualizado: 6 de junio de 2025


Todos los recién nacidos se parecen entre mucho más que a sus autores; pero eres tan romántica... ¿Yo? ¡Pardiez! Eres injusto, amigo mío; yo no podía esperar indefinidamente un regreso siempre diferido cuando el médico juzgaba a nuestro hijo enfermo y mandaba el aire del mar. Hay otras playas que no son Jersey, me parece. ¿Por qué no has ido a Brighton?

Algún tiempo después, Poldo cayó enfermo de un grave ataque de fiebre y murió, pero, aun cuando es bastante extraño, le dejó, así lo aseguraba Blair, el paquete de cartas con el secreto.

El sabio fisiólogo había conocido a primera vista una de esas enfermedades de languidez en las que la inercia del enfermo paraliza los esfuerzos del médico y en las que el abatimiento moral hace inútil la ciencia más profunda. Tendrá usted que usar de toda su influencia, señorita, para galvanizar esta energía que se apaga.

Empero, para el que, desengañado á fuerza de tristes experiencias, veía en todas partes desconcierto y desorden, apatía y embrutecimiento en las clases inferiores, desaliento y desunión en las elevadas, sólo se presentaba una respuesta y era: tender las manos á las cadenas, bajar el cuello para someterlo al yugo y aceptar el porvenir con la resignación de un enfermo que ve caer las hojas y presiente un largo invierno, entre cuyas nieves entrevé los bordes de su fosa.

Chillingworth se dirigió sin vacilar á su enfermo amigo, y poniendo la mano en el seno de éste, echó á un lado el vestido que lo había mantenido cubierto siempre, aún á las miradas del facultativo. Entonces fué cuando el Sr. Dimmesdale se estremeció y hasta se movió ligeramente.

Mas a pesar de esto, el doctor puso muy mala cara, pronosticando que la debilidad cerebral y nerviosa acabaría pronto con el enfermo. Por más que este se envalentonó, no pudo levantarse y las fuerzas le iban faltando. Carecía en absoluto de apetito.

Una vez en Manila, andrajoso y enfermo, fué de puerta en puerta ofreciendo sus servicios. ¡Un muchachito provinciano que no sabía una palabra de español y por encima enfermizo! ¡Desalentado, hambriento y triste recorría las calles llamando la atencion su miserable traje! ¡Cuántas veces no estuvo tentado de arrojarse á los piés de los caballos que pasaban como relámpagos, arrastrando coches relucientes de plata y barniz, para acabar de una vez con sus miserias!

El clima de la gran ciudad no debía favorecerla precisamente, pero había llegado ya al punto en que el médico no niega nada a su enfermo. Vio Roma y creyó entrar en una vasta necrópolis. Aquellas casas desiertas, los palacios vacíos y las grandes iglesias en las que se ve de espacio en espacio un fiel arrodillado, tomaron a sus ojos una fisonomía sepulcral.

Pensóse entonces en traer el santo Viático al enfermo, y este acogió la noticia entornando los ojos con humildad profunda, diciendo siempre: ¡A !... ¡A !...

Casi nadie se atrevía a dejar allí una limosna «por no ofender la susceptibilidad del enfermo». Muchos se ofrecían a velarle en caso de necesidad. Don Pompeyo recibía las visitas como si él fuera el amo de casa; Celestina tenía que tolerarlo porque su padre lo exigía.

Palabra del Dia

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