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Actualizado: 11 de junio de 2025
Sin atender a Pablo que había tomado muy en serio la pregunta, y quería saber la especialidad del Romero, exclamó, dirigiéndose a Valentina: ¿Quieres callarte... zapalastrona? Estas palabras enérgicas fueron recibidas con una explosión de alegría por las costureras. No te enfades, Piscis, déjalas... ¿Has sacado a paseo el Romero?... Me alegro.
Lo que le carga a él, es que se sepa, que se sepa... yo le doy cada solo.... No, mira, no le enfades.... Ya sabes que nos vinieron como llovidos del cielo....
La cólera la hacía tartamudear, saliendo de su boca desprovista de dientes unos ruidos extraños. ¡Hum! gruñó Nuncita, torciendo el hocico con mueca de mimo. ¡Niña, no me enfades! gritó su hermana mayor. ¡No quiero, no quiero! repitió aquella criatura indómita con decisión. Y al mismo tiempo se levantó de la silla y arrastrando los pies se fue a refugiar en el gabinete.
¡Cómo! ¿menudencias llama usted a cosas que atañen a la honra, a la reputación, al porvenir de una persona? No te enfades por mi manera de expresarme; ya comprendo que no he debido llamar menudencias a cosas graves, porque grave es en verdad un asunto de amor, de verdadero amor. ¡Acabáramos! ¿Conque ama usted a Antoñita? Muy compungidamente Felipe contestó que sí.
La señorita de Maxeville corre hacia él, fingiéndose irritada. » ¿Qué es eso, Alí?... Quieto, ó me enfado contigo. » No te enfades, señorita murmura el moro . Lo respetaré, ya que lo pides. Pero esta noche, cuando te marches, iré á su cama y le cortaré la cabeza. »Y no puede moverse.
Flaco, los ojos hundidos, ¡y una mirada tan triste! Aun me dan escalofrios de pensar en aquel tiempo. ¡Oh! ¡Cuánto sufrí, Dios mio! Luégo, aquel llanto tan débil que parecia un gemido... Si volviera á estar así... Si se muriera... ¿Qué he dicho! ¡Hijo de mi corazon! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . No te enfades, hijo mio.
No te enfades, Francisca exclamé, echándome a reír... No te he oído nunca decir las palabrotas de que habla el señor Dormal... No se trata de ti. Sí, sí, sabes bien que todas esas frases sobre la camarada me dan en pleno estómago. ¡Ah! el muy idiota... ¿Tu estómago?... No, ese capitán del diablo. Vamos, Francisca, tranquilícese usted dijo la de Ribert.
No te enfades, mujer. Porque te quiero bien y me pesa que tomes disgustos sin motivo es por lo que te he prevenido. No faltaría alguno que te fuese con el cuento desfigurando lo que ha pasado... Vuelvo á decirle replicó la joven con más ira todavía, que todo lo que usted me cuenta me tiene sin cuidado.
¡Casarnos! ¿y para qué?... Eso es para otros. Quiéreme mucho, niño mío, ámame cuanto puedas... Yo sólo creo en el Amor. Pero bebé, ¿cuándo llegamos a la isla?... Me fatiga estar en este banco, lejos de ti, viendo esos bracitos míos, cómo se cansan de tanto darle a los remos. ¡Un beso!... ¡aunque te enfades! Eso te refrescará.
Palabra del Dia
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