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Actualizado: 17 de julio de 2025
21 Ningún varón de la simiente de Aarón sacerdote, en el cual hubiere falta, se acercará para ofrecer las ofrendas encendidas del SE
La procesión salió en buen orden de la iglesia a las ocho en punto de la mañana. Rompían la marcha el sacristán y los monaguillos, que llevaban el estandarte, la manga de la parroquia y dos cruces de plata, a uno y otro lado de la manga. Después muchísima cera, esto es, multitud de hombres con velas encendidas caminaban en dos hueras.
Yo me sobresalté: sentí de repente que me iba a ver reducida a esconderme, a huir de él hasta el fin del mundo: «¡Es necesario que no te encuentre, no te encontrará!» me gritaba una voz interior. Mis mejillas estaban encendidas y me vino un vago temor de que el rubor traicionara mi emoción a pesar de la obscuridad.
El don Fermín, que ya tenía las mejillas algo encendidas por culpa de las libaciones más frecuentes que de costumbre, se puso como una cereza cuando vio a la Regenta mirarle cara a cara y decir con verdadera pena: Oh, por Dios, no sea usted así, mire que nos da a todos un disgusto; acompáñenos usted, señor Magistral....
¡Qué calor! exclamaba de vez en cuando, y apoyaba las manos en sus mejillas encendidas. Gonzalo asentía con estúpida sonrisa a cuanto decían, y estiraba a menudo sus desmesuradas piernas que, por la escasa altura de la silla, se le dormían. Y cuando se concluyó con la ropa blanca, comenzaron con la de color.
Resignado, pues, con las mejillas encendidas aún, se despidió no sin que el duque le llevase hasta la puerta muy cortésmente, dándole afectuosas palmaditas en la espalda. Cuando el prócer volvió a ocupar su sillón frente a la mesa, por debajo de sus párpados fatigados brillaba una sonrisa burlona de triunfo.
Mientras tanto, contaba los días hasta la llegada de una carta de Roberto, y corría de acá para allá, con las mejillas encendidas, cuando, al fin, la llevaba sobre mi corazón. Esas cartas se me habían hecho tan necesarias, que me era difícil concebir cómo había podido vivir antes sin ellas.
Quizá un recuerdo de aquella escena vagaba por su mente, pues repetidas veces se detuvo para apoyar las encendidas mejillas en su mano, como si otra vez debiese aparecer la figura de la niña, de pie en el umbral y repitiendo con voz angelical la consabida pregunta de: ¿es mamá? Mas este nombre le atormentaba ahora cruelmente.
1 Los sacerdotes levitas, toda la tribu de Leví, no tendrán parte ni heredad con Israel; de las ofrendas encendidas al SE
Ayer... ¡qué pena!... no me conoció... ¡Tanto tiempo sin verme!... me tenía miedo... ¡pobrecita de mi alma!... miedo, así como se dice... Ni que su madre fuera el coco... En esto oyeron pasos, y miraron todas a la puerta. Era doña Guillermina, que entró, como siempre, muy apresurada, encendidas las mejillas, con su perdurable mantón oscuro, sus zapatones, su falda de merino.
Palabra del Dia
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