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Actualizado: 17 de junio de 2025
Era el carro dos veces, y aun tres, mayor que los pasados, y los lados, y encima dél, ocupaban doce otros diciplinantes albos como la nieve, todos con sus hachas encendidas, vista que admiraba y espantaba juntamente; y en un levantado trono venía sentada una ninfa, vestida de mil velos de tela de plata, brillando por todos ellos infinitas hojas de argentería de oro, que la hacían, si no rica, a lo menos vistosamente vestida.
Tenía las mejillas encendidas y los ojos asustados. Procuraba evitar el encuentro con los de su penitenta, que sentía posados constantemente sobre él. Por atracción irresistible o por casualidad llegó un momento en que se cruzaron sus miradas. La joven dejó escapar una risita maliciosa. El sacerdote apartó prontamente la vista y permaneció grave, como si no la hubiera advertido.
Sus maneras provocativas, sus alegres palabras y sus encendidas miradas, trastornaban a los hombres. Tenía la reputación de ser un tanto ligera y el inspector general recordaba que durante dos o tres meses había dado muchísimas vueltas en torno de él, encaprichada y dispuesta sin duda a concederle el beneficio de sus gracias.
Lindo asunto para una anacreóntica moderna, aquella mujer que alzaba la copa, aquel vino claro que al caer formaba una cascada ligera y brillante, aquel hombre pensativo, que alternativamente consideraba la mesa en desorden, y la risueña ninfa, de mejillas encendidas y chispeantes ojos.
Unos cuantos metros más lejos, un yate blanco, armado en goleta, de poca altura sobre el agua y cortado para carreras, levantaba su chimenea amarilla por la que se escapaba un ligero penacho de humo: En el palo de popa flotaba la bandera inglesa y el movimiento de la tripulación en el puente indicaba que el navío tenía sus calderas encendidas y estaba pronto á marchar.
Obedeciéronle don Quijote y Sancho, y vinieron donde ya estaba el retablo puesto y descubierto, lleno por todas partes de candelillas de cera encendidas, que le hacían vistoso y resplandeciente.
Inquisidor y el dicho Secretario y Canónigo Fábreques con sus velas encendidas, y tomando la derecha el dicho Sr.
Los ángeles con vestidos blancos, y los demonios con otros de lino y seda, entretejidos de oro ó plata: encendidas las máquinas vomitaron con gran estrépito innumerables maquinillas, que llaman cohetes, en número de más de diez mil, y no hubo ninguna que no ardiese y no diera un horrendo estallido, de suerte que parecía que ardía todo, el cielo y la tierra y el aire, conmovido todo hasta en sus cimientos.
La joven escuchábalas aturdida, embelesada, los ojos húmedos, las mejillas encendidas: gustaba con delicia aquella miel, percibiendo, no obstante, un dejo amargo en el fondo, por el vago presentimiento de las desgracias que la amenazaban. La tabernera les sirvió una fuente enorme de jamón con tomate. Todos la atacaron ardorosamente.
Siguió a pie hasta la plaza del Ángel, y allí detuvo un coche de punto y se metió en él. Eran más de las seis. Hacía una hora que estaban encendidas las luces de los comercios. Ocultóse cuanto pudo en un rincón y dejó vagar su mirada distraída sin curiosidad por las calles que iba atravesando.
Palabra del Dia
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