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Actualizado: 17 de junio de 2025
Las ropas negras de los alguaciles y corchetes despedían, con la humedad, un tufo de orines trasnochados. Doce pobres, con sendas hachas encendidas, esperaban a la puerta de San Juan, y su oración temblaba a la par de las llamas humosas que el viento doblaba y estremecía. Una vez en la plaza, al llegar al pie del cadalso, don Diego se apeó de la mula y subió serenamente las gradas.
Vendí el resto de mi botín, mes garçons, por tantas monedas de oro como cupieron en mi bolsón de cuero y por siete días tuve doce velas encendidas en el altar del bendito San Andrés, porque sabido es que si olvidáis á los santos cuando las cosas marchan bien es muy probable que ellos se olviden de vosotros cuando los necesitéis.
La gaita acentuaba sus notas agudas, chillonas, que hacían vibrar el aire a larga distancia, acompañada fiel y sordamente por el tambor. Las mozas exaltadas, sudorosas, con las mejillas encendidas y los cabellos revueltos, no cantaban ya, gritaban dando vueltas a la giraldilla, despidiéndose con rabia de aquel goce, que sólo de tarde en tarde se les ofrecía.
Se deja estar tieso como una estaca y espera que ella le presente la boca y adelante los labios; entonces, por un instante, posa en ellos los suyos temblorosos y siente un leve estremecimiento en todo el cuerpo. Los dos se quedan uno al lado del otro, sonriendo tímidamente, con las mejillas encendidas.
No bien el conde Enrique hubo pronunciado aquella palabra, que sonó como la trompeta del juicio en las encendidas orejas de Poldy, criada y educada, por su madre y por su tía, desde la tierna infancia en el más feroz antisemitismo, cuando Poldy empezó a temblar como una azogada y tuvo un violento ataque de risa nerviosa.
Advertimos en él, en medio de cierta pesadez letárgica, mayor fuerza y salud. La sangre hierve, circulando activamente por las venas y latiendo con inusitado brío en las sienes; las mejillas se inflaman; los labios se secan y los ojos brillan suavemente como las luces encendidas en los dormitorios. La condesa llevó una mano á la frente y separó un poco los rizos que le caían.
Cuando uno oye la palabra imprenta, ¿no cree ver detrás la censura, el imposible vencido, la cuadratura del círculo, la gran quisicosa? ¿No hay quien ve en ella el abismo, la anarquía, aquel qué sé yo, que nadie sabe explicar ni comprender? Cada una de estas palabras son verdaderas linternas mágicas; el mundo todo pasa al través de ellas. Una vez encendidas todo se ve dentro.
Entonces apareció por el arco del convento de San Francisco un gran número de frailes en procesión con velas encendidas, llevando en alto un crucifijo, y los cuales, venciendo la resistencia de los soldados, se abrieron paso con dificultad y subieron al tablado con priesa, arrodillándose ante el sastre pidiéndole con sentidas expresiones que perdonara á los culpables.
Con este motivo ordenó dicho Comandante hacer alto: formó la gente, tomando por espaldas la laguna. Mandó poner la artillería en tierra y montarla, y que la punteria, para en caso necesario, la hiciesen á la cabeza de la silla ó lomillos del ginete, teniendo las mechas prendidas y encendidas en el guarda-fuego, distribuyendo el órden de lo que debian egecutar los de la formacion.
Entraron en un gran salón irregular, pintado de amarillo, color con el que se había combinado el humo de las candilejas de hoja de lata clavadas de trecho en trecho en la pared. Pero nos olvidamos de que nos hemos puesto fuera del epígrafe de este capítulo, hacemos una pausa y pasamos al siguiente. Aquellas candilejas de hoja de lata, aunque era medio día, estaban encendidas.
Palabra del Dia
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