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Actualizado: 1 de septiembre de 2025
-Muriérase ella en hora buena cuanto quisiera y como quisiera -respondió Sancho-, y dejárame a mí en mi casa, pues ni yo la enamoré ni la desdeñé en mi vida. Yo no sé ni puedo pensar cómo sea que la salud de Altisidora, doncella más antojadiza que discreta, tenga que ver, como otra vez he dicho, con los martirios de Sancho Panza.
Es de esperarse, Reinita. Es de esperarse... Contestadme de un modo más categórico, mi cura. ¿En qué pensáis? ¡Oh! no es posible que se enamore de una extranjera; decidme que no es posible y que pronto me querrá. Lo deseo ardientemente, pobre hijita mía; pero harías bien en suponer lo contrario y prepararte de antemano. Me vais a hacer morir de impaciencia, con vuestra resignación, señor cura.
He aquí lo que dice una de ellas, que Azorín ha leído en voz alta: «Ninguna de las dos cosas. Para una mujer de corazón, tan malo es lo uno como lo otro. He amado sin ser amada, y ahora soy amada sin corresponder, bien a pesar mío. Cuando tenía quince años me enamoré de un hombre que pasaba de los treinta, y él, como es natural, me consideraba una chiquilla.
Hará seis años, cuando ella tenía cerca de treinta, logró casarse con el rico labrador D. Gregorio. Nadie la acusa de infiel, pero sí de que tiene embaucado a su marido, de que le manda a zapatazos y le trae y le lleva como un zarandillo. Es ella tan presumida y tan vana, que cree y ha hecho creer a su marido que no hay hombre que no se enamore de ella y que no la persiga.
Y no le desprecio y le odio a él sólo, sino también al amor liviano que logró inspirarme. ¿Por qué me enamoré de él? ¿Por qué cedí tan pronto? Por vanidad de creerme amada; por ligereza; por deslumbrarme como una rústica lugareña de sus cortesanas elegancias. Apenas vale el amor que le tuve un quilate más que el amor que él fingía tenerme.
No hay tal cosa: la boquita que llamaban de piñón era naturalmente pequeña, como aquella a que se refiere el Romancero general, fol. 253: «Vna boca, chica era; que con vn piñón se mide, segura de que haya otra que assi enamore y cautiue»; pero el texto se refiere a una boca achicada artificiosamente. Quien ve el riñón de un corderillo, ve una boca de esas frunciditas y amaricadas.
A cada caso particular apliqué una saludable desconfianza. Por último me enamoré de veras, con la reflexión y con el sentimiento. La reflexión me decía que mi naturalista era bueno, leal, culto, tierno, muy hombre además para luchar en la vida. Y a compás de estas ideas el sentimiento se encendía en amor.
Y tal vez por no encontrar partido mejor ha apechugado con el boticario don Policarpo, el cual, sí bien es feo, es inteligente y tan gracioso que nadie debe maravillarse de que seduzca y enamore con su labia a una mujer de talento.
¿En qué consiste que a veces no nos enamore ni hechice lo que el poeta niega o afirma, ordena o prohíbe, encomia o censura, sino la manera elegante, sincera y enérgica de afirmar o de negar y de expresar la censura o el encomio?
¡Y se ha sacrificado usted por mí...! ¡se ha imposibilitado de ser feliz mañana...! ¡si encuentra usted una mujer que le enamore...! ¡vamos no sé en qué he estado pensando...! ¡yo no he debido...! ¡si por un acaso...! ¡pero no... no puede ser...! Acercó un sillón al mío y me dijo pálida y conmovida.
Palabra del Dia
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