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Actualizado: 9 de junio de 2025
La comida, de suyo triste, más triste se hizo para ellas con la noticia de que, si no contra el Turco, para Nápoles había de embarcarse Cervantes; y levantados que fueron de la mesa, fuéronse todos a dormir la siesta, que así era uso, aunque nuestro Cervantes y nuestras dos enamoradas no pudiesen conciliar el sueño, combatidos como estaban por sus graves, celosos y tristes pensamientos.
Terciado había en la conversación Cervantes, y puesto en cuidado a sus dos enamoradas, porque decir le oyeron que él sentía mucho que su compañía de infantería no era de las que habían de embarcarse para ir contra el Turco, sino que se embarcaría para Nápoles; y temían que, según encarecía su deseo de hallarse en aquella grande empresa, al fin no se pasase a una de las compañías que muy presto habían de embarcarse en las galeras que debían zarpar para Mesina.
El sol se había puesto, caía la tarde; paseaban por las calles galanes y soldados, haciendo señuelos a sus enamoradas; los menestrales dejaban sus trabajos, y se iban cerrando comercios y tiendas. En aquellos tiempos se trabajaba de día y se descansaba y se dormía de noche, salvos los rondadores y la gente maleante, que lo hacían al revés.
Y en páginas y más páginas no hablaba más que de él: refería, orgullosa, todas las pruebas de amor que le daba su marido, transcribía sus palabras enamoradas, se alegraba al ver que ya creía en su amor, al saber que su padre estaba seguro de su felicidad.
Hay en esto, como se nota á primera vista, germen apropiado para un desarrollo lleno de interés; añádase que el poeta supone que el verdadero Rugero se ha enamorado á su vez de la hermana de Segismundo, cuyo retrato ha visto, y que le lleva á Chipre, haciendo nacer celos fundados entre estas dos enamoradas parejas, ya por la mudanza de los nombres, ya por otras causas, y entretejiendo con mucha habilidad en el argumento estos hilos diversos; todo lo cual demuestra que es justa la censura favorable que se ha hecho de esta obra, y que sus bellezas y el ingenio mostrado por su autor, corroboran con razón su gran fama.
No vaciló en referir todo lo que había pasado por él desde que leyera aquella carta. «El mundo sin una amistad como la suya era un páramo inhabitable; para las almas enamoradas de lo Infinito, vivir en Vetusta la vida ordinaria de los demás era como encerrarse en un cuarto estrecho con un brasero. Era el suicidio por asfixia.
Hasta el murmullo que hacía esta agua al caer tenía algo de más musical y acordado que el que producen otras, y se diría que aquel surtidor cantaba alguna de las más enamoradas canciones de Mozart o de Bellini. Absorta estaba la lavandera mirando aquellas bellezas y gozando de aquella armonía, cuando oyó un grande estrépito y vio abrirse una ventana de cristales.
Para él no existían quemaduras ni costurones; todo era como antes tersura, nácar y alabastro; sus notas se arrastraban siempre lánguidas, voluptuosas, enamoradas. En casa del fisiólogo nada se sospechaba del fondo sensual que encerraban. Sánchez no podía reparar en tales futilezas. D.ª Carolina iba poco por el café y estaba muy lejos de presumir que existiese en la tierra tal desinteresado amor.
Devuelva usted al convaleciente el placer de vivir, el amor; esto vale más que las partidas de piquet o de malilla a pública subasta o que la lectura de la última novela salida a luz. Querría que todas las enfermeras fueran enamoradas, criaturas lindamente adornadas y vestidas por los grandes modistos... SITA. Hay también un músculo que se llama el gran sartorio... .
La muchedumbre de enamoradas que había tenido en todas las clases sociales, formaban en torno de su cabeza una aureola de gloria.
Palabra del Dia
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