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Actualizado: 8 de mayo de 2025


D. Bernardo les entregó generosamente su mano, aunque sin perder un punto la gravedad que tan bien le sentaba. Al instante se entabló una conversación animadísima acerca de los asuntos que entonces embargaban la atención de la corte: uno de ellos era la llegada reciente del célebre tenor Mario.

El aparato del culto católico, en el cual había fijado poco la atención, empezó a fascinarle; el dulce recogimiento del templo, a la caída de la tarde, cuando se puebla de sombras y de murmullos, le infundía suave desasosiego, cierta ansia especial de un nosequé elevado y arcano; los olores del incienso y de la cera eran para él como grato beleño que le adormecían arrastrándole a regiones gloriosas de dicha inmortal; los actos de caridad frecuentes le producían un dejo agradable y grande bienestar que acrecía su fe; la humillación del sacramento de la penitencia, que al principio tanto le repugnaba, llegó a ser un manantial de goces que él mismo no sabía de dónde procedían ni de qué modo embargaban su alma.

Su vida retirada, el poco o ningún trato que últimamente tenían y sobre todo el carácter de Clara serio, tranquilo, sin asomo de coquetería habían concluido por infundirle sosiego sobre este asunto. Además, otros celos eran los que desde hacía tiempo embargaban su espíritu, los celos del oficio.

Al hacerlo sintió vergüenza y comenzó a darse alguna cuenta vaga de las emociones que embargaban su espíritu. Una hora larga esperó de aquel modo, percibiendo el rumor confuso de las voces, en el cual nada podía distinguir, ni siquiera cuál era la de su esposa y cuál la de la criada. Al cabo observó que salían del comedor.

Es nuestro mejor amigo, nuestro único amigo, porque a los muchachos parientes que suelen venir, ni los tenemos en cuenta. ¡Julio nos entiende tanto! ¿Quieres creer que yo, a él, le confesaría lo que ni a Laura ni a Zoraida podría decirles nunca? Y estas noticias embargaban completamente la imaginación de Adriana.

Hacia el palacio de Quiñones enderezó, pues, sus menudos y graciosos pasos. Era la hora del oscurecer. Halló a la señora sentada en su gabinete, sin luz, entregada sin duda a una de esas intensas y dolorosas meditaciones que desde hacía algún tiempo la embargaban.

Mientras el juez le leía el libro, él iba penetrando los secretos del ser amado, casi reviviendo su vida, y se sentía invadir por un amargo encanto. Su adoración por la belleza de aquella mujer, su compasión por sus sufrimientos aumentaban y le embargaban hasta el punto de olvidar cualquier otro sentimiento: poco faltaba para que olvidara que estaba muerta.

Sin poderme contener, viendo el entusiasmo de los dos marinos, comencé a dar vueltas por la habitación, pues la confianza con que por mi amo era tratado me autorizaba a ello; remedé con la cabeza y los brazos la disposición de una nave que ciñe el viento, y al mismo tiempo profería, ahuecando la voz, los retumbantes monosílabos que más se parecen al ruido de un cañonazo, tales como ¡bum, bum, bum!... Mi respetable amo, el mutilado marinero, tan niños como yo en aquella ocasión, no pararon mientes en lo que yo hacía, pues harto les embargaban sus propios pensamientos.

Á todas iba contestando Pedro con la gravedad y firmeza que le caracterizaban, satisfaciendo la curiosidad de su señora y esclareciendo su inteligencia sobre las diversas cuestiones que sometía á su decisión. Paulatinamente se había ido despojando del temor y cortedad que le embargaban.

Los altos y graves negocios que embargaban a don Rosendo, no consintieron que dedicase al desagradable suceso que en el mismo tiempo turbaba la quietud de su casa, aquella atención preferente que en otra sazón le hubiese dedicado. Sin embargo, al tener noticia de la traición de Gonzalo y del extravío de su hija menor, sintióse fuertemente alterado.

Palabra del Dia

ancona

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