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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Elías entre tanto no hubiera creído que aquel concilio ecuménico era decoroso, sin hacer un pomposo elogio de las virtudes de los tres venerandos restos de la ilustre familia de los Porreños. En verdad, señoras dijo, que no cómo agradecer tantas bondades.

Por ellas se sabe el gran número de enfermedades que pueden curarse en la estación recomendada. Mas, pocas, poquísimas, dicen nada sobre lo más esencial que allí se va á buscar, la originalidad del sitio; no atreviéndose á declarar abiertamente lo malo y lo bueno, el lugar que dicho sitio ocupa en la escala de las estaciones. El libro es un elogio general, tan general, que muy poco instruye.

Hablábase entre dientes, por los salones, de ciertas cenas semanales donde se reunían con el marqués y sus amigos esas mujeres sin principio que París ve girar cual estrellas errantes entre los confines de la buena sociedad y de la sociedad dudosa, no faltando quien asegurara que de aquellas personas, algunas eran llevadas a tan orgiásticos festines por sus mismos maridos, lo que hace de tales entes el más cumplido elogio.

¡Oh! ya conozco dijo Priscila con una sonrisa sarcástica esa manera de ser de las mujeres casadas; os incitan a hablar mal de sus maridos y luego se vuelven contra vos y os hacen el elogio de esos señores, como si los tuvieran para vender. Pero papá debe estarnos esperando; volvámonos.

La soledad y tristeza de la noche aumentaban el poder y la extensión de aquella voz amable, ¡amable sobre todo elogio!

Varmen, la mayor, que unía á su timidez juicio y dulzura, era bien querida en el lugar, en que, hablando de ella, sellaban su elogio con decir, según la expresión del país, que era arrimadita á la iglesia.

Ella entonces, por darle a entender que no fue llamado para manifestar sus deseos, sino para cumplir los ajenos, varió el rumbo de la conversación. He dicho a Vd. que su conducta merece elogio, y así es, efectivamente.

Le había dicho una vez que sabía más que el Tostado, elogio que él supo apreciar en todo lo que valía, por haber leído al ilustre hijo de Ávila. En cierta ocasión ella había dejado caer el pañuelo, un pañuelo que olía como aquella carta, y él lo había recogido y al entregárselo se habían tocado los dedos y ella había dicho: «Gracias, Saturno». Saturno, sin don.

Escribió algunos artículos, se puso en relación con varios sabios extranjeros y tuvo la satisfacción de recibir de ellos frases de elogio que le alentaron. Bien puede decirse que era un muchacho feliz.

Además, ¿no iban á casarse tan pronto como les fuese posible?... Te digo que no repitió ella . ¡Quién sabe si mi marido me vigila! ¡Qué complicación para mi divorcio si nos sorprendiesen en tu casa! Ahora fué él quien hizo el elogio del marido, esforzándose por demostrar que esta vigilancia era incompatible con su carácter.

Palabra del Dia

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