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Actualizado: 22 de junio de 2025


Iba a añadir: «Y muy verdadpero me contuvo el pensar que aquella carta aludía directamente a Francisca. No se podía hacer más claramente el proceso de su caso particular, y el de las jóvenes educadas como ella. Genoveva se abstuvo de hacer ninguna observación, por el mismo motivo.

La verdad es, querida mía, que todas somos ridículamente educadas... Esas educaciones etéreas falsean nuestro entendimiento... Lo cierto es que no hay nada en la tierra, ni en el cielo, mucho lo temo, que pueda responder a la idea que nos hemos formado de la felicidad... Nos educan como a espíritus puros, y en realidad no somos más que mujeres... hijas de Eva... nada, nada más.

Tan presto se cruza un jardín europeo, literalmente cuajado de tesoros de jardinería refinada, donde la rosa y la camelia alternan con mil otras flores educadas con el arte mas minucioso y delicado; como se pasa por en medio de un vasto huerto colombiano, bajo las anchas hojas del plátano, de la caña de azúcar y de las palmas de chontas, hacumas y cocoteros, y rosándose con las cepas de pinas olorosas, las lianas flexibles y aéreas, las parásitas mas bellas, los helechos arborescentes mas elegantes, y muchas plantas de hermosura en extremo caprichosa, que crecen á una temperatura artificial propia y al derredor de anchos estanques de lecho musgoso, donde se agitan los peces de la zona tórrida entre las yerbas acuáticas entretejidas caprichosamente.

Quedose sola Fortunata con la chiquilla; pero no pudo vigilarla, porque toda la tarde estuvieron entrando visitas. Primero fue doña Casta Moreno, viuda de Samaniego, con sus hijas, dos jóvenes muy bien educadas o que se lo creían ellas.

Susana y Quilito se veían en Palermo, cambiaban una mirada y una sonrisa al cruzar rápido de ambos carruajes, recatadamente, a causa del Argos de la madre o de Angelita, que las cazaba al vuelo, y como era tan chismosilla y enredista, había que cuidarse de ella; luego, en el teatro, algunas veces, muy pocas, porque misia Gregoria, contrariamente a lo que antes predicaba en punto a encerronas, decía ahora que las niñas bien educadas no deben andar de ceca en meca, mostrándose con descaro en todos los sitios, como mercancía puesta a la venta.

Por de pronto, nada de multitudes humanas, ni de ruidos incómodos, ni de hacinamientos de casas formando calles sombrías y angostas; nada de ceremoniales mentirosos para cultivar amistades que no se necesitan entre personas que no se pueden ver; ni de espectáculos públicos, en los cuales se exhiben las gentes embanastadas de medio abajo, y en ringleras, como muñecos de escaparate; nada de sonrisas forzadas, ni de saludos maquinales, ni de corsés muy apretados; nada, en fin, de ese cúmulo de esclavitudes y de molestias en que viven las gentes «bien educadas», cuando se dice de ellas que hacen una vida regalona.

Esto último no provenía sólo de que hubiesen sido educadas en el lugar, sino de una idea de entonces. Yo me figuro que nuestros abuelos, hartos de la bachillería femenil, de las cultas latini-parlas y de la desenvoltura pedantesca de las damas que retratan Quevedo, Tirso y Calderón en sus obras, habían caído en el extremo contrario de empeñarse en que las mujeres no aprendiesen nada.

Es un axioma que en el juego se conoce la buena educación. Había allí muchas personas muy bien educadas, pero como reinaba la mayor confianza solía oírse frases como estas: Le digo a usted, que me lo ha dado usted. Yo le digo a usted, que no. Yo le digo a usted, que . Pues miente usted. Valiente crianza tiene usted. Mejor que la de usted.... Se trataba de un duro falso.

Estaba yo en el cabaret de Lutecia, en compañía del señor Sharp, mi amigo, aquí presente, y de mi amiga, la señorita Amelia Migeon, conocida principalmente por el sobrenombre de Zipette; la velada deslizábase deliciosa, divirtiéndonos todos delicadamente, como personas bien educadas. Pero he aquí que viene a sentarse junto a nosotros un individuo acompañado de una especie de pellejo.

El doctor Chevirev no admitía en su clínica locos furiosos; por eso reinaba en ella el silencio como en cualquier casa respetable, habitada por gentes bien educadas.

Palabra del Dia

rigoleto

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