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Actualizado: 26 de noviembre de 2025
No se dejó en el tintero sus propias aventurillas, o más bien pinitos amorosos, ni los disgustos que por tales excesos tuvo con maridos escamones o hermanos susceptibles. De las resultas, había tenido también su duelo correspondiente, ¡vaya! con padrinos, condiciones, elección de armas, dimes y diretes, y, por fin, choque de sables, terminando todo en fraternal almuerzo.
De todos los países de la América del Sur, sólo en las regiones que baña el Plata se ha desenvuelto y reina soberana la institución social del duelo.
De todas formas, iré a ver el duelo, porque me parece que no se aburrirá uno allí. Llegan los discípulos y se ponen al corriente del acontecimiento.
Te tengo lástima, Miguel; y tú debes sentirla por mí, ¡por mí, á quien has hecho tanto daño! El príncipe, á pesar de su humilde encogimiento, protestó. Había sido imprudente: era cierto. Aquella agresión en el Casino y el maldito duelo representaban un escándalo estúpido.
2 Y vosotros estáis envanecidos, y no tuvisteis duelo, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que hizo tal obra. 3 Yo ciertamente, como ausente con el cuerpo, mas presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que esto así ha cometido. 5 el tal sea entregado a Satanás para muerte de la carne, para que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.
Mientras tanto, el médico procedía con cierto azoramiento á sus preparativos. Era la primera vez que presenciaba un duelo. Había abierto su caja de cirugía, y con una rodilla en tierra empezó á desenvolver vendajes, abrir frascos y examinar el buen funcionamiento de sus aparatos. Quedaron frente á frente los adversarios.
Como las pragmáticas en esto de duelo son rigurosas, y como á mí me querían mal en la corte, creí prudente huir, y me amparé en Navalcarnero. Allí conocí á Juan Montiño... excelente muchacho... corazón de perlas, alma de ángel en cuerpo de hombre. Pero tan burlador como vos. ¡Bah! Después hablaremos de eso. Estuve algún tiempo en Navalcarnero, se arregló lo de la muerte, volví á la corte.
Venían a provocarme a un duelo a pistola en condiciones graves. Yo acepté desde luego; tenía la seguridad de que no me había de pasar nada. Nombré de padrinos a un condiscípulo de San Fernando y a un oficial inglés de Marina que comía en el hotel y que estaba en un navío surto en la bahía de Cádiz.
El corchete soltó al cocinero, que se despidió, subió las escaleras, atravesó un pasillo, y se entró de rondón en la cocina, donde, envuelta en un pañolón negro, estaba Casilda gimoteando, asistida por algunas comadres de la vecindad y algunas doncellas de cómicas que estaban en la casa, y componían aquella especie de duelo criaderil.
Y después de guardar durante algún tiempo el duelo que sentía por la profesión de su hermana, comenzó a frecuentar, de cuando en cuando, si no la sociedad bullanguera y aparatosa, las recepciones de Palacio, donde era bien quisto por su ejemplar conducta. Allí conoció las beldades de la corte, cuyas «toilettes» y modos le chocaron, a veces hasta la indignación.
Palabra del Dia
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