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Actualizado: 14 de junio de 2025
Con esto, y con hallar bastante parecido en su cara con la de Neluco, no dudé que aquella mujer era su hermana.
Es maz: quize oponerme a eyo porque zabía que eza era la hora en que uté echaba zu parrafiyo; pero la niña lo tomó por too lo alto, y no hubo má remedio que conformarze. Permítame usted que lo dude. Uté ez mu dueño. Zi uté quiere convencerze, véngaze mañana de noche conmigo a la reha y ze lo preguntamo. Seguro etoy de que no me dejará por embuztero.
El tránsito de una casa á otra era cortísimo; pero, sin reflexionar, le alargaron ellos, parándose en medio de la calle y contemplando la bóveda inmensa del firmamento, como si quisiesen interrogar á las eternas luces, que allí fulguraban, sobre la suerte de los recién casados y quizá sobre la propia suerte. Lucía, dando un suspiro, dijo al fin: ¡No lo dude V... serán muy felices!
Además, la religión lo llenaba todo, era el único fin de la existencia, y los españoles, pensando siempre en el cielo, acababan por acostumbrarse a las miserias de la tierra. No dude usted que el exceso de religiosidad nos arruinó y estuvo próximo a matarnos como nación.
Pero nunca creyera que llegaría a cometer semejante vileza, a calumniarme de ese modo.... A usted le consta que la he querido siempre más que a él ... ¡sí, sí, más que a él! no tengo ningún reparo en decirlo.... Diré más: yo no he querido de veras a nadie más que a usted y a mis hijos.... Si ese testamento es la causa de que usted dude de mi cariño, rómpalo usted.... Rómpalo, sí: su tranquilidad y su afecto me importan mucho más que su dinero....
Señora, no lo dude usted un momento. Pues bien, hija mía, se te ofrece la ocasión dijo la anciana dama con solemne acento de mostrarme tu gratitud; empéñame tu palabra de señorita, y de señorita de noble clase, de que lo que te acabo de manifestar será para siempre un secreto a guardar entre las dos. Empeño a usted mi palabra.
-Nadie dude de esto -dijo Sancho-, porque mi señor tiene muy buena mano para casamentero, pues no ha muchos días que hizo casar a otro que también negaba a otra doncella su palabra; y si no fuera porque los encantadores que le persiguen le mudaron su verdadera figura en la de un lacayo, ésta fuera la hora que ya la tal doncella no lo fuera.
Yo también dudé al principio, porque conocía a esa señora..., la conocí aquí mismo, ahí donde estás tú sentado; y aunque la vi derrochadora, no la creí capaz de otros pecados más feos.
Pero en su afable sonrisa se advertía un leve matiz de duda, algo que decía: «Si no han venido aún las reyertas, vendrán, querido, no lo dude usted.» Le confieso que tengo un disgusto, pero es de orden más inferior y más soportable. Acabo de saber que he quedado cesante. Romadonga se mostró sorprendido. Después procuró poner la cara triste adaptándose a las circunstancias.
Y deseoso yo de tranquilizarlo, dije chanceándome: ¡Ah! Por lo visto la historia es tan bien conocida aquí como entre nosotros. ¡Conocida! exclamó Sarto. Y como siga usted algún tiempo en el país no habrá en toda Ruritania quien la dude. Empecé a sentirme algo inquieto.
Palabra del Dia
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