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Actualizado: 27 de junio de 2025
Carmen acudió a la lisonja esta noche para prolongar la conversación. ¡Qué hermosa estaba la señora con el vestido azul que se había puesto ayer tarde! La doncella de los Ramírez había oído al señorito decírselo a su hermana. Todos los colores le venían bien a la señora: ¡pero particularmente el azul!... ¡Ah, el azul le sentaba como a nadie!
Despidió a la doncella, rasgó el sobre y buscó con la mirada la firma... tuyo, Juan. ¡Qué mentira! Los ojos se le arrasaron en llanto. Lo menos tardó un cuarto de hora en poder leer con tranquilidad de espíritu aquellas malhadadas líneas. Decían así: «Cristeta mía: Lo que temíamos. Esta mañana he recibido carta del agente. Estoy casi arruinado.
Cuando murió Tellagorri, Catalina de Ohando, ya una señorita, habló a su madre para que recogiera a la Ignacia, la hermana de Martín. Era ésta, según se decía, un poco coqueta y estaba acostumbrada a los piropos de la gente de casa de Arcale. La suposición de que la muchacha, siguiendo en la taberna, pudiese echarse a perder, influyó en la señora de Ohando para llevarla a su casa de doncella.
En la primera de estas comedias se nos presenta con la mayor delicadeza la aparición del sentimiento del amor en una doncella, casi niña, personificando en esta Marcela un sentimentalismo tierno y visionario, lleno de frescura, de sencillez, de vida y alegría, que nos impresiona singularmente del modo más grato.
Mas he aquí que en el marco de la puerta aparece la figura severa e imponente de la doncella de la casa. Calmáronse las olas; silencio sepulcral; todos los rostros vueltos hacia aquella nueva cabeza de Medusa.
Entre ésta existía, sin embargo, un mancebo hacia el cual ninguna doncella de la ciudad había osado levantar los ojos hasta entonces con anhelos matrimoniales. Era el conde de Onís.
Alentado por el ejemplo de la piadosa doncella, comenzó a maltratar su carne como ella: cada una de sus confidencias servíale de ejemplo. Quiso también ayunar rigurosamente, quiso también levantarse al primer sueño y pasar una hora en cruz de rodillas, quiso gastar cilicio, quiso disciplinarse.
Las once habían dado ya en el reloj del Grand Hôtel, y Kate, la doncella inglesa, prendía con dos largas agujas de oro en la cabeza de Currita la riquísima mantilla española de encajes con que se proponía la dama quitar la devoción a los pocos que la tuviesen, en las honras fúnebres del infortunado Luis XVI.
La Jóven Doncella: llamado así porque hasta 1811 nadie habla podido escalarlo y hollar sus blanquísimas nieves. Pasamos el ruidoso riachuelo y comenzamos a subir lentamente, por encima de la márgen derecha del Lütschina negro, la cuesta que conduce al alto vallecito objeto de nuestra excursion. Confieso que jamas en mi vida habia experimentado tan suprema felicidad como en aquellos momentos.
Además de estos personajes principales, había algunos otros secundarios: un maestro de primeras letras, un pasante, un inspector, dos criados, una cocinera, una doncella de labor y una planchadora. El régimen interno del colegio no era un modelo de orden y disciplina.
Palabra del Dia
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