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Actualizado: 4 de junio de 2025
El domador era un verdadero canalla y pegaba al animal en los dedos de las patas, y el oso babeaba y gemía con unos gemidos ahogados. ¡Basta! ¡Basta! gritó un indiano que había estado en California. Porque tiene el oso atado hace eso dijo Martín , sino no lo haría. El domador se fijó en el muchacho y le lanzó una mirada de odio.
Con este método, su pequeña república era una balsa de aceite; mas cuando, por una rara casualidad, dejaba de serlo, yo no sé á qué comparar el aspecto que tomaba la cátedra, sino al de una jaula de leones en el momento en que el terrible y severo domador esgrime entre ellos el sangriento látigo, y los humilla y arrincona amontonados y gruñendo.
Fueron cinco años de aturdimiento en que desfilaron ante su vista calles populosas, teatros resplandecientes, hoteles magníficos, salones de baile, trajes deslumbradores, muchos conocidos y ningún amigo. Su marido se plegaba a sus caprichos a la fuerza, como un oso indómito que obedeciese gruñendo al palo del domador. Habían tenido una niña, que se murió a los cuatro meses.
Dieron los hombres la última mano al circo, y el domingo, en el momento en que la gente salía de vísperas, se presentó el domador seguido del viejo en la plaza de Urbia, delante de la iglesia. Ante el pueblo congregado, el domador comenzó a soplar en un cuerno de caza y su ayudante redobló en el tambor.
La fiera debía de estar domada y el domador se llamaba don Juan de Todellas. Capítulo V Que puede dejar dudas sobre la compatibilidad del amor y la virtud
Hombre sobre el cual dejaba caer su puño, caía redondo: potro cerril cuyos lomos abarcaba con sus piernas de acero, ya podía encabritarse, morder el aire y echar espumarajos de cólera, que antes se desplomaba vencido y jadeante que lograba libertarse del peso de su domador.
Condenado a muerte durante una sedición, se evadió y tomó el oficio de domador de caballos. Buen oficio para poner a prueba su bárbara energía. A Lope le conocían entre los soldados por el apodo de Aguirre, el loco. En 1560, el virrey, don Andrés Hurtado de Mendoza, confió al capitán vasco Pedro de Ursúa una expedición para explorar las orillas del Marañón en busca de oro.
Alrededor del circo, atados a los pies de un banco hecho con tablas, había diez o doce perros flacos y sarnosos. El domador hizo restallar el látigo, y todos los perros a una comenzaron a ladrar y a aullar furiosamente. Luego el hombre vino con un oso atado a una cadena, con la cabeza protegida por una cubierta de cuero.
El griego se esforzaba por ocultar su cólera, jugando y perdiendo como un simple «punto». Le era imposible gritar «¡banco!» hasta que empezase otra talla, quedando agotados los naipes del doble cajoncito. Pero continuaba en su puesto, con una arrogancia de domador, convencido de que al fin llegaría á sujetar á la burlona casualidad.
Cuando estas ideas le sobrecogían, para vencerlas y olvidarlas se entregaba con furor al goce de lo presente, del poderío que tenía en la mano; devoraba su presa, la Vetusta levítica, como el león enjaulado los pedazos ruines de carne que el domador le arroja.
Palabra del Dia
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