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Actualizado: 15 de julio de 2025


Lanzó un suspiro, viendo que no entendía nada de lo que pasaba en ella. Y, sin embargo, entre aquel caos de impresiones, distinguía claramente la felicidad que sentía por haber inspirado una pasión tan grande.

Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda. Anunciaba ya la máquina con algún silbido la próxima marcha; acelerábase en el andén el movimiento que la precede, y temblaba el suelo bajo la pesadumbre de los rodantes camiones, cargados de bultos de equipaje.

A muchos les esquivaba por hallarse demasiado altos; a otros apenas les distinguía por hallarse muy bajos. Sus amistades verdaderas, como los parentescos reconocidos, no eran en gran número, aunque abarcaban un círculo muy extenso, en el cual se entremezclaban todas las jerarquías.

Seguía luego la alcoba del matrimonio joven, la cual se distinguía principalmente de la paterna en que en esta había lecho común y los jóvenes los tenían separados. Sus dos camas de palosanto eran muy elegantes, con pabellones de seda azul. La de los padres parecía un andamiaje de caoba con cabecera de morrión y columnas como las de un sagrario de Jueves Santo.

Con el gesto grave y respetuoso de un servidor nacido en la casa y ligado a la señora por el afecto, dábala el brazo al bajar y subir las escaleras, y la acompañaba a las iglesias, buscando los mejores sitios para que gozase con toda comodidad de las místicas ceremonias. Los parientes de la anciana huían de su casa, ofendidos por el maternal afecto con que distinguía al estudiante.

Amén respondió la tripulación, que se arrodilló, y todos entonaron una especie de Te Deum de un efecto muy agradable. El aire era pesado, la noche sombría, y a dos pasos no se distinguía un bulto. Al fin del primer versículo se hizo el silencio, un profundo silencio. Massareo, solo, dijo: Dios de bondad, que velas por tus hijos y los defiendes contra Satanás... No pudo decir nada más.

Se le preguntaria, por ejemplo, si distinguia una figura mayor de otra menor, sin considerar que las palabras mayor y menor, comprendidas por él en cuanto expresaban ideas abstractas, ó se referian á las sensaciones del tacto, no lo eran cuando se las aplicaba á los objetos vistos; pues que él no sabia ni podia saber, qué significaba la palabra mayor, tratándose de una sensacion que experimentaba por primera vez.

Me dijo que era inspector del taller de pitillos, y que conocía personalmente a muchísimas operarias, sobre todo de vista. Cuando veo a una mujer en la calle, es difícil que no sepa decir si trabaja o no en la fábrica. En su opinión, lo mejor que podíamos hacer era entrar en los talleres, recorrerlos despacio a ver si distinguía entre las mujeres a la que buscaba.

Era el propio jardín, pero visto al través de una colosal lente de aumento. No se distinguía la verja sino a distancia fabulosa, como una hilera de puntos brillantes, allá en el horizonte; y tal aumento de proporciones acrecentaba la tristeza del mezquino jardín, haciéndolo parecer más bien seco y agostado erial.

Ella se sintió sin fuerzas para escalar aquello; no distinguía senda alguna, ni había allí nada que indicase el paso de seres humanos. No se oía voz alguna, sino de tiempo en tiempo, y resonando muy lejos, gritos de mujeres. Los gritos resonaban como si una bandada de aves, con palabra humana, se cerniera graznando en lo más alto del cielo. De repente oyóse una voz infantil que venía de abajo.

Palabra del Dia

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