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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Luego púsose a girar ligero, muy ligero, más ligero todavía, ¡frenéticamente!, hasta que todo su cuerpo no fue sino un huso diáfano, un huevo dorado, loco, veloz, con un fino rumor de medallas y brazaletes. La danza concluía, la rotación era cada vez más lenta. Aixa trababa sus pies, por instantes, y su cabeza, cargada quién sabe de qué prodigiosas visiones, se inclinó por fin sobre el hombro.

Y en el fondo, el Seminario con sus dos cuerpos formidables, trepados por infinitas ventanas, cierra hoscamente la perspectiva. Es primavera; la verdura de los huertos no está aún tupida; resaltan alegres las paredes a la luz viva; y las torres y las cúpulas de las dos catedrales se yerguen serenas en el ambiente diáfano.

Descienden del techo, cual si estuvieran suspendidas de elásticas y casi invisibles cuerdas, lámparas de oro, cuyas luces oscilantes no bastan a eclipsar el diáfano colorido de las vidrieras, que llenas de santos y figuras resplandecientes, parecen comunicar con el cielo el interior del templo.

Constaba de algunas calles anchas, aunque mal trazadas, cuyas casas de un solo piso y de desigual elevación, estaban cubiertas de vetustas tejas: las ventanas eran escasas, y más escasas aún las vidrieras y toda clase de adorno. Pero tenía una gran plaza, a la sazón verde como una pradera, y en ella una hermosísima iglesia; y el conjunto era diáfano, aseado y alegre.

Como los jardines estaban á muchos metros sobre el Mediterráneo, la línea del horizonte era tan alta que obligaba á levantar los ojos. Los pinos formaban ligeras y negras columnatas, entra cuyos troncos subía el cortinaje obscuro del mar. Sólo sus rumorosas copas de agujas emergían en el azul diáfano del cielo.

Y notaba que era clara y transparente, como la mar que circunda a Andalucía, pero con un fondo de tal hondura, que a pesar de lo diáfano del agua y de la mucha luz del cielo que en ella penetra, iluminándola toda, la vista se desvanecía y se cegaba, y quedaba a inmensa distancia de los últimos senos y capas de ondas, hasta donde se fatigaba por sumergirse y calar. Homilía

Pasó por una avenida del parque, casi saltando, con la toca revoloteante y moviendo bajo la blanca falda el ágil compás de sus piernas enjutas. Llevaba en las manos pálidas y transparentes un paquete de ropas. Su nariz y sus orejas brillaban con una claridad de vidrio sonrosado bajo la luz del sol. Parecía un cuerpo diáfano, con la transparencia malsana de la miseria física.

Ora volvía los ojos a los cristales de mi balcón: veíalos empañados y como llorosos por dentro; los vapores condensados se deslizaban a manera de lágrimas a lo largo del diáfano cristal. Así se empaña la vida, pensaba: así el frío exterior del mundo condensa las penas en el interior del hombre; así caen gota a gota las lágrimas sobre el corazón.

A poco rato vio la lavandera que del seno diáfano del agua salían tres mancebos tan lindos, bien formados y blancos, que parecían estatuas peregrinas hechas por mano maestra, con mármol teñido de rosas.

El sol resbalaba por el diáfano cristal del firmamento con dulce sosiego, y sus rayos caían sobre la ciudad como suave y divina bendición.

Palabra del Dia

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